jueves, 11 de mayo de 2017

CULTURA PARA QUIÉN SI NO SOMOS FRANCIA


Toda lectura razonable inquieta a los poderes establecidos, máxime si estos son corruptos. La lectura enriquece la mente y despierta el espíritu crítico.

Si por cultura se entiende en esta tierra el pertinaz escaparate de sus responsables de cara a la galería, sin ninguna duda nos encontramos en la cúspide del cerro más alto de la miseria intelectual. Si repasamos  cifras y  datos,  el panorama debería  ser preocupante para los que pregonan en los cuatros cantillos de los medios que España es una gran nación, será por el paro, la corrupción y bajo nivel político de quienes nos representa y dicen que nos gobiernan con honestidad, celo y transparencia.

Pero lo verdaderamente cierto es que bien podemos aplicar al panorama de la cultura escrita  la certera sentencia de John Ernest Steinbeck autor de Las uvas de la ira, quien tan amigo de España mostró ser durante la República: “Por el grosor del polvo en los libros de una biblioteca pública, puede medirse la cultura de un pueblo”.

Lo demuestra las recientes estadísticas realizadas por la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) con 24.000 entrevistas realizadas, donde los resultados, aunque a los que estamos metidos en este mundo no nos sorprende, bien es verdad que crispan los nervios y debería quitar el sueño al observar, cuánta miseria y colorines luce la murga gobernante  de cara a la galería donde los voceros hacen sus gestos al son de  palmeros. Pero el sentir rubor o vergüenza no pasa por el juzgar de los políticos. Parece ser que el 92% de los españoles nunca ha estado en un concierto de música clásica y el 75% jamás se ha sentado en la butaca de un teatro para saborear la comedia o el drama, pero nada de esto reprime al vocerío oficialista.

 Andalucía, con sus casi ocho millones de seres humanos, perros aparte,  se sitúa en la cola de todas estas cosas que los poderes establecidos no consideran de importancia, pues resulta ser donde menos libros se leen de toda España, siendo Sevilla junto a Huelva las que se encuentran a la cola de esta desnuda realidad; el panorama es preocupante y no menos desolador.

De cada mil habitantes sólo sesenta y cinco compran un periódico, mientras la media nacional, que tampoco resulta óptima, es de cientos seis, cuando Europa se encuentra en 220 ejemplares, más del doble que en España entera una sola bandera, y tres veces y media superior que en Andalucía tierra de María Santísima. En la liguilla regional, Cádiz va en cabeza con 82 diarios y Jaén porta el farolillo con 40 ejemplares por cada mil jienenses cautivos; para pedir socorro.

Más de la mitad de los andaluces no compra libros; pasar al salón para  echarle una mirada a la mueble insignia produce una honda tristeza. Eso sí, se ve más televisión que nadie, unas cuatro horas al día por cabeza de chorlito, luego el tiempo para ocio existe, siendo la programación que se contempla de muy dudosa valoración y difícil reciclaje. La cultura se sustenta en una minoría devota que con un gran esfuerzo mantiene el mercado cultural, pero que a medida que pasa el tiempo las diferencias, como entre los ricos y pobres, son cada día más vergonzantes, y es que se van acentuando con todo descaro y crudeza. Sin embargo, el gesto la farsa, la publicidad y la autoestima relumbran como el sol, presentando grandes fastos que con su brillo y esplendor ocultan la miseria  intelectual; todo una pura proyección personal.

“La literatura, único lugar que nos queda”, ha manifestado Alberto Manguel en el Festival de las Letras Gutun Zuria, autor de sólidos y amenos títulos sobre el mundo del libro y la palabra escrita como muestra en su magistral, deleitable y bien documentada obra Una historia de la lectura, 6.000 años de palabra escrita. Libro que bien pudiera estar en todas las bibliotecas de la antigua y reputada Bética romana cuna de los emperadores Trajano y Adriano. Nada importa la enorme arquitectura cultural que cultivó nuestra tierra. Han pasado los siglos y continuamos siendo una colonia a capricho dela mentira caciquil por un lado  y un populismo de patio de vecino que produce vómitos a esa minoría que todavía lee y piensa por si misma.

Un entretenido ensayo sobre el papel del lector, hasta ahora el gran olvidado de la historia de la literatura, desde las tablillas sumerias de arcilla hasta el mundo digital. Se trata de una original punto de vista de Manguel que, como un amigo ansioso por compartir sus conocimientos y su entusiasmo, es capaz de contarlo en un tono sencillo y ameno. Lectores de todos los tiempos nos guían a través de estas páginas: san Ambrosio, que fue uno de los primeros en aprender a leer en silencio; Diderot, que creía en los poderes terapéuticos de las novelas picantes; las damas de la corte japonesa del siglo xi, que escribían ellas mismas los textos que querían leer; Colette, que leía en la cama para protegerse del bullicio social. Stevenson, que no quería aprender a leer para no privarse del placer que le producían las lecturas de su niñera.

Francisco Vélez Nieto
Publicado en MUNDIARIO.

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