Cuando quise darme cuenta,
el mensaje de la botella
ya había sido leído
por todos.
Los sollozos
salpicaban como olas
los acantilados
que eran sus ojeras.
Como un náufrago
amarrado a la mirada
redonda de una gaviota,
supe que era yo.
Era yo quién, en silencio,
agotado de tristezas,
llevaba escrito en el rostro
renglón a renglón, el mensaje.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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