lunes, 29 de mayo de 2017

EL GERONTE


A media mañana, cuando la mucama entró a su apartamento, lo encontró a Gustavo dormido frente al televisor. Despatarrado en su cómoda poltrona, dormía profundamente, alternando en su sueño quejumbrosos ronquidos con intervalos regulares de silencio, en que su respiración se detenía por segundos, para volver a iniciarse nuevamente, con el mismo ritmo de ronquidos y apnea respiratoria (detención de la respiración), conocido como SAS (síndrome de apnea del sueño).
Crispada al verlo así, la mucama le secó cuidadosamente un hilo de saliva que le corría desde la
comisura de los labios, por la mejilla, hasta detenerse finalmente en el cuello del saco pijama,
manchado escasamente por la baba. Como toda unidad habitacional del Residencial de lujo para la
tercera edad, contaba el departamento de un solo ambiente, con todo tipo de comodidades, provisto
de un moderno sistema operativo que permitía monitorizar durante 24 horas al día, los parámetros
fisiológicos de cada residente, actuando de inmediato en caso de necesidad.
Frisando los 80 años, Gustavo había enviudado recientemente, sus hijos vivían en el exterior, y en
vida de su esposa viajaban mucho, repartiendo su tiempo visitando a unos y a otros, mimando a sus
nietos con cada viaje y embelleciendo sus vidas con la experiencia y el placer de emprender cosas
nuevas, y sobre todo ser útiles a sus seres queridos. Probablemente al quedarse solo, por falta de
incentivos, Gustavo comenzó a declinar, hizo un cuadro de regresión, y por recomendación médica,
en una consulta familiar, se decidió internarlo en un Residencial de ancianos, contando con su
beneplácito, que en esas circunstancias de la vida, todo le era indiferente. Su voluntad estaba
muerta, y era cómodo para todos, contando con los medios económicos para hacerlo, depositarlo
como un objeto inanimado, en el hogar de ancianos. Eso sí, las llamadas desde el extranjero se
repetían con frecuencia, alegrando, matizando, y disipando ansiedades de ambos lados de la línea
telefónica.
El lujoso geriátrico contaba con una piscina climatizada, amplios espacios verdes y jardines para
ejercicios aeróbicos, senderos para caminar, alternando con bancos y reposeras, dispuestas bajo la
sombra generosa de árboles y sombrillas. Un salón comedor, donde diariamente se servían por turnos, desayuno, almuerzo y cena, preparados especialmente con dietas equilibradas e individuales, según las necesidades y prescripciones médicas de cada abonado. Las actividades culturales y de recreo se realizaban de acuerdo a un programa especializado para la tercera edad. Periódicamente los residentes eran invitados y conducidos en cómodos transportes a distintas actividades culturales, exposiciones artísticas, paseos y excursiones adaptables a sus condiciones físicas y mentales, conciertos y veladas musicales.No obstante todo lo descrito anteriormente, no lograba modificar el ánimo de Gustavo y alejarlo de la soledad en que vivía, tosco y enojado con todo el mundo.
Muerta su mujer y compañera, todo lo demás dejó de existir a su alrededor.
Dicen que el tiempo restaña las heridas. Un buen día Gustavo se enteró que se había inaugurado un
curso de pintura dirigido por un prestigioso y maduro pintor, recientemente ingresado en el
Residencial de ancianos. Sin pensarlo se inscribió, aspirando volver a pintar como en su juventud.
Entre los participantes, Gladys le llamó la atención. De mediana estatura, cabellos rubios encanecidos, ojos claros, color cielo, y el cutis blanco y terso de su rostro donde la nariz rectilínea
discretamente se elevaba sobre los labios carnosos y pálidos. Rondaba los 75 años y padecía de una
disimulada cojera, producto de un desgraciado accidente vial en el que perdió la vida su esposo. En
la primera oportunidad que tuvo, Gustavo se aproximó a Gladys, saliendo de su involuntario aislamiento. Tenían dos cosas en común: La pintura y la natación.
En uno de esos días en que estaban en la piscina, Gladys al salir, resbaló en uno de los peldaños de
la escalera, cayendo hacia atrás. Gustavo la sujetó fuertemente en sus brazos, amortiguando la caída, y en ese abrupto y delicioso contacto de pieles, ambos quisieron que durase una eternidad.
Se separaron excusándose mutuamente, mirándose uno al otro, presintiendo el devenir. La atracción entre ambos se intensificó rápidamente. Dos seres mancomunados por la fuerza del destino, metamorfosearon sus vidas solitarias, viviendo el presente sin pesadumbres ni prejuicios.
Era la noche de fin de año, una noche de locura. Luego de cenar y beber copiosamente, bailaron y
divirtieron como nunca en la fiesta del Residencial.
Un poco mareados por el rico Champán, Gustavo acompañó a Gladys a su dto. En la penumbra del corrededor la ayudó a abrir la puerta, y en ese interín, se abrazaron y besaron con la pasión que solo el amor puede despertar en dos seres que languidecen por él. Sin soltarlo, Gladys entró al dto.,
atrayéndolo a Gustavo fuertemente. La puerta se cerró sobre sus goznes, emitiendo un débil crujido...

Boris Bilenca 
Publicado en Literarte 95

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