lunes, 29 de mayo de 2017

CANTATA DE GALMAZ


 X

Volver a contemplar un tiempo de caballos. Reconstruir sus gritos
a través de las árgomas. Mirar con tanto asombro su libertad, su
fuerza. El sonar de tambores que anunciaba su paso.
 Oviedo era un olvido escondido en los mapas donde van los
soldados, los enfermos más graves. O los pocos que huyen, porque
allí nacen trenes.
 Y en torno de la casa revestida de hollines nos crecían los arbustos
de espineras y endrinos. Prosperaban grosellas y aquel zumo de
moras de pintarnos el rostro, de jugar a borrachos.
 Entonces los veranos eran largos y nuestros. Después venía la
época de enterrar a los niños. Cuántos rostros perdidos. Cuántos
nombres sin dueño. Después era ese espacio de dejarnos a todos
rumorosos y ahítos de preguntas sin labios.
 Un monte preserva la noche sobre el pueblo. El Gamayal sentado
delante del ocaso, con su caudal de brezos y sus quitameriendas.
Marfil de garabitos y sedientas gamonas.
 Las manos enlazadas de todas las ancianas. Los cayados de
roble y los cuerpos de pana. Una historia tras otra para cebar las
horas. Para decir endechas donde nunca había lágrimas. Cuando
nacían los ríos y nos crecían los dedos.
 Debajo de las sábanas seguimos siendo niños. Seguimos
cultivando la vecera del miedo.

Emilio Rodríguez -España-
Publicado en la revista Oriflama

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