Nuestras edades siempre despiertan festivas.
Cansadas pero festivas, como si coronadas de lirios
y fuimos y hubiéramos sido bebés, niños, adolescentes,
semi-adultos graves muy seguros del mundo
pero siempre festivos, que esperaban a los amores y los futuros y las ciudades
que centelleasen de una margen a otra margen
e íbamos poniendo en la cuerda de nuestros balcones las edades que pasaron
y el sol pegando
así tan como un amigo que vino desde lejos
–y recuerdas los gritos de los soldados
muertos en guerras? —
y hemos pasado, hemos pasado a la velocidad de los sueños,
con futuros que varias veces llegaran
e ilusiones perdidas y fantasías postergadas
y cursos de agua intransitables
y rudos sentimientos en el cenit de todas las cosas.
Todo como una nave que bogase en un inexistente horizonte
y sin embargo fuese el único punto que atrajo nuestros ojos.
Cada nuestra edad como la agotada terminal de Greyhound
donde tu criatura perezosa llegó en el tren de Santa Fe.
Y siempre ha sido eso un secreto de épocas que nunca entendería.
Y siempre ha sido eso una magia que me interesa jamás descifrar.
FERNANDO CABRITA -Portugal-
Publicado en Luz Cultural
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