Pegada a su recuerdo
como la hiedra se agarra hambrienta al tronco
succionando su savia y,
con su ropaje,
aumenta su belleza.
Es mi árbol.
Yo su enramada.
Marchó diáfano, etéreo,
no quería marchar.
Me lo dijo.
Sus ojos me lo dijeron.
Fue elevado alejándose de mí.
Quedó su árbol para que yo, hiedra,
estuviera siempre enroscada a su cintura.
Me dejó árboles nuevos
que quiso arrancar
de mi profunda tierra.
Yo, de ojos sellados,
no supe ser hiedra
antes que él fuera recuerdo.
Isabel Velasco Allegue (Sevilla)
Publicado en la Revista Aldaba 33
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