Moravia es historia entre realidad y ficción, suspense envuelto en pátina de novela negra, turbador fondo de tragedia griega al volar la sombra de Sófocles sobre sus cabezas.
Moravia nos ofrece una historia entre realidad y ficción, suspense con pátina de novela negra, conmovedor fondo de tragedia griega al volar la sombra de Sófocles sobre sus cabezas, posarse en ellas hacia el final de la historia. La novela comienza con la llegada del transatlántico “Murray II” al puerto de Buenos Aires; corre el año 1950 una multitud de seres humanos esperan que no existan problemas en la aduana. Argentina vive bajo el paragua del populismo peronista y una Evita adorada como diosa protectora de los pobres de la inmensidad del país.
El escritor Marcelo Luján introduce al lector por una narrativa en la que la ternura de un deseo íntimo de lo más hondo y familiar, lleva a su principal protagonista Juan Kosic bandoneonista de tango a cumplir una callada promesa consigo mismo. Apuesta tras vivir y luchar por su merecida pasión musical durante quince años, de igual manera que todo inmigrante al que nada se le pone fácil alcanzar unos derechos y deseos, hasta lograr la objetivo real que todo ser humano desea frente a la calculada e implacable avaricia del poder económico y social que domina. Pulso que nuestro protagonista logra satisfacer con pasión y maestría hasta alcanzar la fama deseada allá en la Nueva Orleans de la música en una importante orquesta.
Corren los años del éxodo europeo masivo tras la Segunda Guerra Mundial, Juan Kosic, nuestro protagonista principal de la historia tiene esposa checa y una niña, y con ellas, tras ese triunfo profesional que lo ha convertido en un artista reconocido, decide visitar su patria, mostrar con orgullo quien empezó en tierra extraña de “lavacopas”. Mostrando referencias sobre esa obra maestra El extranjero de Camus. Cuidando la forma de narrar con detalle el transcurrir esa aventura de la pareja con su niña, una madre que pese a los años vividos en Nueva Orleans solo habla un mínimo inglés de palabras y español para entenderse con su marido, pues todo lo suyo es su lengua materna. Muestra es la escena en la Aduana con “El inspector, muy repeinado y tan ancho, también se de- tuvo en el pasaporte de la niña: lo revisó íntegro, pasando los folios una y otra vez, girando el libro, mirándolo al trasluz. Dudando.
— ¿Dónde van a alojarse? —preguntó dirigiendo la voz al bandoneonista y las dagas negras a la esposa.
Gómez se adelantó:
—Van al interior, inspector.
— ¿Al interior? —preguntó con algo de sorna.
—Sí —continuó el policía—, el señor tiene familia... acá
—y realizó, sin levantarse del taburete, una pequeña torsión circense para que su dedo índice encontrara el nombre del pueblo sin que su superior tuviera que moverse, ni mover la mano con la que sostenía la documentación.
El inspector leyó. Y sonrió:
— ¿Colonia Buen Respiro? —Dijo y miró al policía—.
¿Dónde carajo queda eso?”
Ese dónde queda el lugar del Buen Respiro seiscientos kilómetros hacia el interior, segunda etapa del largo viaje en tren con un calor que raja la tierra, la incertidumbre de su mujer, ante este marido de porte elegante y bien vestido, todo un señor triunfador deseoso mostrar a su madre cambio conseguido. Esa madre que lo echó de su casa y ahora poder mostrarle quien en verdad es. En esta historia del éxodo de las familias cuando el fascismo alemán ocupa sus países con la eufórica de la locura y el crimen,
La añoranza de aquellas geografías arrebatadas, la lengua materna, esa distancia entre la vieja Europa y las américas del futuro Dorado. El nazismo racista como el gran cercenador de las vidas de aquellos hombres, algo que queda ejemplarizado en el trágico final del abuelo Pavel frente a la patrulla nazi. El duro desarraigo y la difícil superación personal a través de la búsqueda de oportunidades propicios serán grandes temas en manos de Luján.
Y resurge la tragedia, toda la escena de la novela parece revolverse, pasado y presente estallan en lo inverosímil y no esperado. Aquí la maestría del autor de la novela, su narración precisa, medida y estudiada para exponer la paradoja de la vida y los deseos y sueños de querer ocultarla. Aquí, pues, la explosión. “El crujido crujiendo. Los golpes en la oscuridad. La quietud. Ésta era la luz.
Y el final del camino. De pie en el centro de la habitación, la madre giró el balde de cinc y se subió diríase que sin dudarlo. Mantuvo el aquí el libro. Se ubicó de cara a la ventana….” Chocan los mundos personales, la avaricia de la miseria en un mínimo pueblo perdido y olvidado en la inmensidad geográfica. Lenta y humana narración, digna de ser recomendada.
Francisco Vélez Nieto
Publicado en MUNDIARIO.
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