Escandiendo mis versos sólo pensando en ti,
esta noche elucubro hasta el amanecer.
Esta noche que vagas, sin saber que eres luz
tu silencio es un grito, aquí en mi corazón.
La rumorosa noche me trae melancolía
con vagas remembranzas en alas de su brisa.
En este Levittown, “Corazón de Long Island”,
tachonado en luceros está el domo turquí,
-como muchos me han dicho que es el cielo cubano-,
que si extiendes los brazos tienes la sensación,
de alcanzar las estrellas que se ven tan cercanas.
Mas tú mi lucerito, cual luciérnaga errante,
itinerante vagas sin encontrar tu senda
ni aquí do yo respiro, ni en Huntington la villa,
la cuna del gran bardo: el glorioso Walt Whitman,
ni en el cielo martiano, ni en el mío colombiano
en mi Valle del Cauca que un día me vio nacer.
Delirante lucero que en el cosmos deambulas:
No estrujes mis anhelos: ubícate en mi senda
y en mis lucubraciones, ¡dame un rayo de luz!
Dime noche callada, serena y transparente:
¿Dónde errático alumbra mi fulgente lucero?
Oh, noche sibilina: trae al varón de mi alma,
envuelto entre cendales de embriagante ilusión,
y ponlo en mi sendero rendido de pasión,
¡rendido a mis hechizos apasionado y fiel!
¡Oh, noche misteriosa: Sé cómplice en mi empeño!,
y hazlo cruzar el puente que lo traiga a mi orilla…
Leonora Acuña de Marmolejo
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