viernes, 29 de enero de 2016

HIPSTER EN LAS ROCAS


Sentado en uno de los cráteres menores del mare tranquilitatis, John observaba el odiado planeta azul en la lejanía. Nada lo ataba a esa infecta roca, ni los mares ni las selvas, ni la salvaje cultura humana, inmersa como de costumbre en medio del hedonismo y la vulgaridad. El planeta de sus antepasados humanos no le generaba ninguna nostalgia; era un mero templo del consumo y el mal gusto. Un planeta igual a otros, pero más pequeño y mugriento. La luna era otra cosa; una hermosa roca
plateada que iluminaba la oscuridad estelar.
¿Qué podía ser mejor, que caminar sobre los cráteres de una diosa antigua? Muchos nombres le habían sido puestos a su encantadora amiga- Pensó John- Selene la del carruaje, Ixchel la protectora, Heng-O la fría. Ahora era simplemente el reino de John, el palacio del silencio, alejado para siempre de la podredumbre humana. Porque ¿Cuál podría ser el destino de la humanidad? No serían los conquistadores del universo, ni los herederos de Dios, sino meras liendres insaciables a punto de
reventar. Con asco, John contempló por última vez el planeta horrible, mientras centenares de pequeños destellos termonucleares comenzaban a caer sobre las ciudades terrestres. No valía la pena
llorar por las estirpes condenadas; el futuro era la luna- pensó John acariciando su bien cuidada barba.
Fue entonces cuando los vio; millares de humanos descendiendo en paupérrimas naves sobre el Mar de la Tranquilidad, con sus exóticos trajes de astronauta, rojos y anaranjados, tomando fotografías en
rudimentarias cámaras de mal gusto, mientras llenaban los cráteres adyacentes con chatarra y basura plástica. Llegaban en manadas con sus crías pestilentes y sus sonrisas destempladas. Dentro de poco
instalarían sus restaurantes, sus centros comerciales y sus discotecas.
La luna se llenaría de turistas.

Ricardo Cabezas (Colombia)
Publicado en la revista digital Minatura 145

No hay comentarios:

Publicar un comentario