Allí por vez primera yo lo vi
en la tarde estival de aquesa villa;
adolescentes éramos aún,
cuando aquel festival nos reunió.
Yo me perdí en el ónix de sus ojos,
y él se enredó en la noche de mi pelo;
se hechizó en mi inocencia de capullo
y me envolvió en sus brazos al danzar.
Al ritmo cadencioso, el corazón
desbocado sentí por mis praderas
cual arisco potrillo ya sin freno,
y él, zahorí, mis ansias subyugó.
Después de aquella tarde lo perdí,
y acongojada vi menguar la luna;
mas el otoño trájome una carta
que atrapó en sus caprichos mis anhelos
“Querida señorita:- él me decía-,
de usted tengo, los más bellos recuerdos:
sus gualdos ojos, su sedeña piel,
su porte airoso y su voz de arrullo
Con ímpetu salvaje e impulsivo
que hizo temblar mi sujeción de niña,
acosando mi espacio personal,
agresivo y procaz, él continuaba:
“Quiero que sea mi amiga y sea mi novia,
mi idolatrada amante, mi mujer;
que comparta mi senda y mi destino
y en fin: ¡que sea la madre de mis hijos!”
Guardé bajo mi almohada entre sachets,
la carta que trazó nuestros destinos;
cuando al altar, los dos adolescentes,
a jurarnos amor fuimos un día,
ésta iba cerca al corazón ansioso.
Hoy la carta amarilla por los años
cerca al hogar reposa allí en un álbum
¡cual símbolo de amor de la familia!
Premio finalista en poesía IV Concurso Internacional “Cartas de Amor”, Club Cultural de Miami “Atenea”, 2.003
Leonora Acuña de Marmolejo -Estados Unidos-
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