Siento un silencio ardiente que me quema el alma, poco a poco.
Casi como sentirse muerto, que la misma vida te mata sin empezar a vivir
arrastrando el pecado de todas las palabras muertas, antes de nacer.
Pero llegas tú, como el tibio sol del amanecer, y recorres mi piel.
El silencio se hace verbo, un grito desesperado, una urgencia de ternura
al sentir la necesidad del amor y amar, es el remedio a la vida y su cura.
Quiero llenar mi vida con todos tus sonidos sin eco.
Porque tu sólo eres eso, un murmullo dulce, una mujer hija de la brisa
apagas mis fuegos lentos, y enciendes llamas, hogueras en mis caricias.
Hoy, ya no me dueles y empecé a quererte.
Porque te quedas, ardiente y quieta entre mis brazos, y bebo de tu boca
una caricia loca que perturba, apasiona, en amor y entrega que provocas.
Y tu sed de amar se hace tempestad y viento.
Tu cuerpo menudo y de brisa se vuelve de fuego, tus manos lava ardiente
convertida en ángel y demonio, me entregas cuerpo y alma para siempre.
En la vigilia del alba, te veo caminar desnuda.
El sol pinta de rojo tu cuerpo de ninfa, ilumina tu sonrisa y tus ojos de cielo
retorna el deseo de tenerte, como al sediento un dulce oasis en el desierto.
Y comenzamos otra vez, lo que no debe terminar nunca.
Sera un amor de brisa, pasión, lluvia y viento, como si hubiera sido siempre
tendremos el amor en nuestras manos, y durara como el sol, eternamente.
Manuel F. Romero -Argentina-
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