Recostado en tu vientre
y bordeando caricias en tu ombligo,
miro el firmamento infinito,
buscando tu luz en esa estrella
que, pícara, centellea con fulgor
como queriendo mandar un mensaje de amor.
En la contemplación
yo te pregunto embelesado
si en ella tienes tu morada,
mientras tú me respondes adormilada
que allí morarás por siempre
si yo soy el cielo que envuelve
a toda esa cúpula estelada.
Y mi cuerpo entero se estremece
al ritmo que tu cuerpo me mece,
como a tierno infante
que a tu lado no siente el miedo al dolor
cuando tira hacia adelante el camino,
pues sabe que encontrará el amor
esperando en cada vereda de ese destino.
Y aunque en la vida no hay barco que no derive
a merced de los caprichos del mar,
quiso el destino cruzarnos y hacernos entrar
en ese soñado mundo donde solo se vive
por y para amar; sintiendo y amando
pero jamás esperando…
Isidoro Giménez
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