(Artículo de 1921)
Íbamos a dejar ya al señor Lugones, para pasar a otra cosa, pero no, no podemos pasar, que no todos los días se tropieza uno por ahí espectáculos tan interesantes como el que ofrece un hombre como éste, tan encumbrado por la fama, desbordándose y descoyuntándose en un mar de pueriles ingenuidades de leguleyo. Oíd, oíd, oíd: "En cuanto a la responsabilidad de la guerra, he aquí traducido a la letra el artículo"...y cita...¿qué creerán ustedes? Pues lo consignado por los aliados mismos en un artículo del infame Tratado de Versalles. Puesto que ese Tratado lo suscribió Alemania --argulle la sibila--, he ahí confesada la culpa por la boca misma del culpable. ¡Qué bonito! ¿eh? Y temeroso de que le repliquen, como es natural, que el tratado fue impuesto a punta de bayoneta, adopta la actitud heroica y echa en cara a los vencidos el no haber seguido peleando aún después de aniquilados hasta que no quedara ni un solo varón sujeto a la ignominia de firmar por coacción. ¡Qué bonito, otra vez! ¿eh, señor Lugones? ¡Qué bonito, pero qué tontito, el suponer que tal contienda como la guerra mundial era cosa capaz de ser tomada en épico, en caballeresco, en algo así como aquello de: "Al campo, don Nuño voy, donde probaros espero...
No, no es la guerra cosa de opereta o melodrama. Es algo más serio. Tan serio, que nos espanta ver todavía hombres de la autoridad de un Lugones participando de la superstición popular e infantil que la supone salida de la maldad de Juan o de Pedro, como cualquier lance de cinematógrafo, cuando cuesta tan poco esfuerzo mental hoy día descubrirle su origen eterno, que no es otro (enseñemos a los que no saben, o a los que fingen no saber, que es peor) que la rivalidad comercial, que conduce a los formidables y ruinosos armamentos, los que a su vez producen la guerra tan fatalmente como el pantano las miasmas. No fue el káiser el que hizo posible la guerra: fue la guerra, el estado de guerra perenne, de vil y estúpida piratería internacional en que vivimos, el que hizo posible al káiser, y el que mantiene en pie de guerra todavía cien contiendas armadas aquí y allá.
Pero... no tiene desperdicio este ilustre señor Lugones. Una vez desatado el raudal de su elocuencia, no se conformó con desahogarse contra Alemania, sino que saltó a Rusia y la emprendió contra los comunistas, que por lo visto han llegado a ser su pesadilla. Después de repetirnos su anodino chistecito de que el socialismo es un invento alemán (y como tal debe ser mirado como cosa de Satanás), se nos descuelga con afirmaciones tan peregrinas como éstas: "No hay diferencia entre el brutal despotismo del régimen zarista y el de los maximalistas; tampoco hay diferencia entre los socialistas amarillos de Alemania y los comunistas rusos; fue una gran inmoralidad de parte de éstos el haber firmado el Tratado de Brest-Litowsk". ¿Qué les parece a ustedes de estas salidas? ¿Verdad que no merecen una réplica en serio? Pobre, desventurado régimen capitalista, cuyos defensores, aún los más conspicuos, no cuentan con cosa mayor para hacer frente al formidable empuje de las mentes de primer orden que se llaman Lenín y Trotzky y France y Rolland y Shaw, que estas insulsas, que estas infelices majaderías de colegial.
¡Oh el Tratado de Brest-Litowsk! ¡Cómo les habría encantado a los vampiros del capitalismo que Lenín hubiese adoptado en aquella tremenda jornada que iba a decidir los destinos de la revolución, el airesito, gentilmente heroico, de un tenor de ópera y, en lugar de su genial resolución de pasar por todo para salvar la causa, se hubiera erguido, con el gesto romántico que le gusta al señor Lugones, para echarlo todo a perder a cambio del gustazo de un efecto teatral de fin de acto! No, Lenín es algo más que un romántico vulgar de los que todavía comulgan con el embeleco cursi del fatuo honor caballeresco. Y si todavía hay en el mundo una bandera roja, representativa de un sublime ideal de fraternidad universal, frente a las otras enseñas que tremolan los enamorados del régimen antropófago de la piratería privada e internacional, si todavía flota una esperanza sobre el infierno de miseria y dolor de este momento, es, precisamente, porque allá en la célebre jornada de Brest-Litowsk tuvimos un Lenín pensador y realista y no declamador, no gallardeador, no de los que creen resuelto todo con sólo echarse atrás, inflar el pecho, enderezar el cuerpo y gritar con acento estridente de gallo de pelea: "Al campo, don Nuño voy, donde probaros espero, que si vos sois caballero, caballero también soy".
Publicado en el blog nemesiorcanales
Compartido por Osvaldo Rivera
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