Siento el dolor de darme cuenta, que mis manos están solas, frías.
Dolor de recuerdos de vida ya lejana, dejan jirones en mi alma ya herida
de aquellos encuentros de lujuria, escondidos en la luz de luna de la vida.
Honda soledad tu morada, en tibios horizontes de olvido.
Ayer, tú y yo éramos uno, en instantes, de ahora, y todas las mañanas
auroras de amor y sol en tu ventana, mis manos en tu piel de porcelana.
Nuestro amor nació entre flores, brisas y labios temblorosos.
Esperando el crepúsculo y sumergirnos entre nuestro amor y el deseo
desnudos y libres, ya el tiempo no existe, buscando el cielo verdadero.
¿Dónde quedaron, alma mía, esos amores y desparpajos?
Dormirme sobre tu vientre, el sentir tu piel de amapolas, era mi morada
el surco tibio de tus labios en mi espalda, era un derrotero de guirnaldas.
Creo que tanto caminé buscándote, que más te amo.
Me niego a pensar en un viaje sin partida y no poder llegar nunca a tu vida
en este oscuro esperar de lo inaudito, horas lentas con tristezas ni alegrías.
¡Basta de pesares de este mundo, de mi alma un mar profundo!.
Te encontraré, amor, y te parecerás al cielo que se confunde con tu nombre
cobijaré toda mi pasión, mis instintos de amarte, y me dejes ser tu hombre.
Y serás mi alba de colores y el perfume de las flores.
Los otoños olvidarán las pasadas primaveras al cantar mi amor en tu vereda
y el amor que nos salvará de los vientos que nos alejaron, un día cualquiera.
Y ese día, cantaré de alegría, o moriré por ti.
Manuel F. Romero -Argentina-
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