martes, 23 de mayo de 2017

UNA VERGÜENZA NACIONAL


(Artículo de 1914)
     
     Cosas verdaderamente coloradas están pasando en Colorado. De resulta de una huelga de mineros comenzada hace más de siete meses, en la mañana del día 20 de abril, informa un periódico, treinta y tres muertos, muchos de ellos mujeres y niños, se encontraban tendidos cerca de Ludlow, pequeño pueblo del sur de dicho Estado. La casa principal de los huelguistas apareció, también en dicho día, reducida a cenizas. Y dos mujeres y once niños aparecieron, además, carbonizados, en el sótano de la casa de uno de los de la huelga.
     Pero lo más extraordinario no ha sido sólo esta hecatombe, esta bárbara hecatombe  de niños y mujeres en plena paz. Lo más extraordinario, lo más abominable del caso es la clase de personas que perpetraron tan innoble hazaña. Estas personas fueron los milicianos, la fuerza militar del estado, llamada al campo de la huelga por las autoridades civiles, aparentemente para velar por el orden, y, en realidad, para echársele encima a la huelga, y acorralarla, y amordazarla, y vencerla de cualquier manera.
     A pesar de que Colorado es uno de los estados donde se ha progresado más políticamente, pues tiene ya referéndum, iniciativa y recall, como para demostrar que dónde y mientras manda Don Dinero no hay embelecos democráticos que valgan, la compañía explotadora de las minas, en la cual compañía  figura nada menos que ese saco de millones que se llama Mr. Rockefeller, era y es dueña y señora de la maquinaria administrativa y judicial de los dos condados donde opera. Y es claro: la milicia reclutada por el gobernador (y pagada por la compañía) se puso en marcha, y los pobres huelguistas, perseguidos como fieras, cazados como indios, han pedido socorro con gritos tan desesperados y tan persistentes que la nación, al fin, se ha conmovido, y el ejército regular ha tenido que llegar volando al teatro de los trágicos acontecimientos para desarmar a los feroces milicianos. Y conste que estos informes no los he tomado de periódicos socialistas, sino de muy respetables periódicos y magazines burgueses.
     Y ahora viene la consiguiente interrogación de boca de algún lector poco fuerte en geografía: este Colorado que tal espectáculo de barbarie está dando ¿en qué parte del Asia o de África se halla? Pues, este Colorado, señor mío, al que poco le ha faltado para poder brindarnos pintorescos cuadros de canibalismo, no está en África ni en Asia, sino casi en casa, en la respetable morada de nuestro tutor y maestro, el gran pueblo de los Estados Unidos, pueblo que ha contraído para con la humanidad y la historia la evangélica misión de irnos civilizando poco a poco.
     La prensa de este pueblo evangélico y civilizador está a la hora de ahora tronando en indignación y en horror ante las salvajadas de los milicianos de Colorado. Y mientras esa prensa grande del gran país que nos educa para la vida civilizada truena contra los asesinos de Colorado y llama vergüenza nacional lo sucedido, yo, ¡pobrecito de mí!, siento irresistible comezón de cometer la deliciosa villanía de reírme de las indignaciones de esa prensa y de encontrar bonito que hallan Colorados en el mundo que se conviertan de golpe y porrazo en cosa tan edificante como una vergüenza nacional.
     ¿No están todos los días dándonos matraca con lo de que no tenemos todavía capacidad para el gobierno propio?
     ¿No se nos ha dicho mil veces, al revés y al derecho, en palabras y en actos, que se nos considera inferiores?
     Y esta misma gran prensa del gran pueblo, ¿ha tenido alguna vez algún noble arranque de piedad para la queja de Puerto Rico? ¿No ha visto esa prensa siempre como la cosa más natural del mundo el desdén con que se nos ha tratado? Y este cargante, olímpico desdén ¿no es hijo de la necia idea de los americanos de su enorme superioridad sobre los demás hombres del planeta?
     Pues, cometamos sin miedo la deliciosa villanía de contraer nuestro rostro de muchachos de escuela con la más maligna de las muecas, ante la vergüenza que ha puesto colorada la cara nacional del señor y maestro al saber lo ocurrido en Colorado. Estas vergüenzas nacionales, como otras vergüenzas individuales, vienen muy bien para enseñar, a los que la necesitan, la gran lección de la tolerancia y la humildad con que todo hombre debe tratar y juzgar las palabras y los actos, y las vidas, de los otros hombres de las otras razas

Publicado en el blog nemesiorcanales
Compartido por Osvaldo Rivera

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