miércoles, 17 de mayo de 2017

ESQUIZO


Y si soy el mayor de los pecadores,
soy también la mayor de las víctimas.
 Robert Louis Stevenson, El
extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde

“Jamás serás como Él, patético doctorcillo”, dice su irritante compañero.
No lo soporta. Esa inoportuna voz, llevando siempre la contraria, invadiendo su pensamiento noche y
día, le produce intensos dolores de cabeza. A medida que ahondaba en sus investigaciones, se volvió
progresivamente más huraño, hasta aislarse totalmente del mundo exterior. Sólo el laboratorio
ahuyentaba su apatía. Ahora su única compañía es ese doble que le saca de quicio, pero del que tampoco puede prescindir.
El doctor recurre una vez más a la jeringuilla. Como otras mentes privilegiadas, comenzó a consumir
cocaína en busca de lucidez. Ahora lo hace para sobrellevar a ese alter ego petulante y engreído. Cuando salta una dosis está más irascible de lo habitual y es incapaz de concentrarse.
Reconfortado por la droga, recuerda cómo empezó todo.
Consciente de que el cuerpo es un mero recipiente, fácil de sustituir desde que el gran Víctor Frankenstein ofreciese su aportación a la ciencia, se centró en reproducir el órgano que alojaba su talento y su genuino espíritu: su cerebro, un mecanismo perfecto.
Durante años cultivó células extraídas de su propio bulbo raquídeo con escaso éxito, hasta que una
mañana se levantó y la minúscula masa esponjosa había crecido. Fue desarrollándose bajo su atenta mirada, llena de admiración y ternura. Ahora, flotando en su pecera, rodeado de cables que conectan los electrodos colocados en su superficie con la bocina que le sirve de boca, se diría un pulpo grotesco y respondón. Su lóbulo frontal parece anómalo. El hipocampo y la amígdala, pequeños.
Más aberración que prodigio, se pregunta si no será defectuoso, si no fallaría algo en el experimento.
Lo creó para asegurarse de que su mente burlase el deterioro fruto de la vejez; sin embargo tardó muy poco en comprender que la convivencia resultaría imposible. Sabe que, en secreto, conspira. Le odia porque él, el original, es más brillante. Le consta que intenta matarle. “Pero no me cogerás desprevenido, porque yo haré blanco primero”, asegura mientras apunta la aguja de tejer directamente
hacia su oído.

Salomé Guadalupe Ingelmo (España)
Publicado en la revista digital Minatura 155

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