Te quiero más que a mi propia vida, pero tus reproches… ¡ay, tus celos me enfurecen! Por eso hace una semana, en un arrebato de ira, te apuñalé mientras dormías.
Enterré tu cuerpo en el jardín de la parte trasera de la casa, y excusé tu ausencia diciendo que te marchaste de viaje. Los días pasaron y las noches se hicieron eternas porque me faltaba el calor de tu cuerpo.
No puedo vivir sin ti. Por eso recuperé tu cadáver anoche. Excavé y extraje tu cuerpo amortajado del barro pegajoso que quería arrebatarte de mi lado.
Ahora, mientras cenamos juntos, te contemplo bajo la luz parpadeante del fluorescente. Las cuencas vacías de tus ojos tienen vida ajena, y tu boca rezuma los líquidos malolientes de la putrefacción. Pero sigues siendo tú, y ni siquiera la muerte nos separará, por mucho que la parca te vista con ropajes indecentes y desnude tu cuerpo de carne, sangre y vísceras.
¿Quieres algo de postre, querida? Después te daré el beso de buenas noches y te acostaré sobre la cálida cama de nuestro dormitorio. Así, hasta el fin de nuestros días.
Francisco José Segovia Ramos
Publicado en periódico irreverentes
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