Él le miró con detenimiento tras leer aquel inmaculado folio realizado a mano. Entonces antes que la pregunta obvia saliera de la boca del joven chico asustado dijo:
—Cuando escribes, esto debe ser una necesidad, una extensión de tu vida, si lo haces por intentar impresionar a alguien o por algo que no seas tú mismo, olvídalo. Si vives lo que escribes, si respiras cada palabra, entonces te digan lo que te digan eres escritor.
El chico recogió su folio, miró al hombre, un extraño hasta hace unos minutos, y encontrándose a sí mismo durante unos minutos, rompió el papel. Aquella tarde decidió comenzar a preparar unas oposiciones.
Ainhoa Bárcena Escarti -España-
Publicado en Suplemento de Realidades y Ficciones 87
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