Estoy-estamos en el sótano. Ha pasado una hora, que ha traspasado mi espacio y mi tiempo. Ahora, y solo ahora, todo me pertenece; desde los cielos nublados que nos cubren hasta la tierra que me descubre que soy más que humano. Un dios. Y tú, mi querido amigo, la víctima-cordero que me hará revivir.
Yaces sobre la alargada mesa que he convertido-revertido en ataúd mortuorio, ara de sacrificios y altar en el que orar a dioses o demonios. A YO dios, a YO demonio. Dirías –si estuvieses vivo, como hace una hora, o una eternidad- que estoy loco; que un gélido espectro me poseyó aquella noche en la que practicamos con la tabla güija la conexión con supuestos espíritus. Entonces, cuando acabamos, te dije que nada había pasado. Pero NADA estaba dentro de mí, abriendo mi espíritu y mostrándome el camino-maldición-bendición que me lleva hasta aquí, ahora, en la eternidad congelada.
Por eso te invité a venir a casa. Por eso te apuñalé en la garganta mientras tomabas el café. Por eso te destripo ahora y devoro tus entrañas, para extraer de ellas el espíritu que tuviste, y con el que me alimentaré y creceré.
Yo soy DIOS, querido amigo. Tú, el alimento necesario. Pero el hambre insaciable no cesará esta aciaga noche.
Necesito más. Más… y mientras devoro tus intestinos, sorbo tu sangre y arranco tus ojos para comerlos con fruición sé, SÉ, que esa NADA que habita dentro de mí es una conmigo. Somos UNO. El mundo me-nos pertenece porque ¿acaso no es Dios-Yo-Ello, quién lo creó para su propio beneficio?
Solo eres capaz de contestar con un silencio mortuorio. El primero de muchos.
Francisco José Segovia Ramos
Publicado en periódico irreverentes
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