Oh, Tierra que sin luz te miras
en la trampa mortal que tejieron las máquinas.
Tiemblas de terror donde hoy los abismos
sellaron con fuego tu pródigo lecho
con tal de abolir la codicia del hombre.
Mas ya se eclipsaron sus ansias crecientes,
sus neurosis a alcohol y esa inquietud
que enardecía pasiones.
Pero sobrevive la tierra,
y sobreviven los sueños
de aquel paraíso de clorofilas y pájaros,
y un chimpancé que pretendía ser otro.
Con ellos brindé,
más allá de la muerte,
como brindan los muertos al pasar la barrera
de voces siderales.
Por eso -mil años despuésotra
vez os convoco:
Ah, espectros, dadme la mano
que intuyo cómo os amé en otras vidas,
cómo sentí el amor y el dolor afilándome el alma,
cómo palpé una manzana en espacios sin límites
después de adorar la piel de un leopardo.
Sí, quiero volver a nacer con vosotros
en las esferas más altas que nos conceden la Vida
para amar, nuevamente, sin decir nunca ¡BASTA!
Del libro En esa fuente inagotable de
Soledad Cavero Rivas -Madrid-
Publicado en la revista Oriflama 22
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