Es curiosa la alquimia. Con su poder, su manera de crear distintos objetos, distintas sustancias de aquello que antes no era nada, que no tenía valor. Es tan sencillo como conseguir los ingredientes apropiados para hacer lo que se desea; plomo para hacer oro, o sangre y espíritu para crear personas.
Creo que no es necesario usar la alquimia para hacer un cuerpo humano, pero claro, tener el poder y no utilizarlo debe ser como tener alimentos y no ingerirlos ¿no?
Llenar el caldero de sangre, de lágrimas, de ánimas muertas y encontradas en los lugares más ocultos.
Apurar hasta el último segundo para apartar el atanor de los fuegos, logrando así una cocción perfecta. Buscar el momento sublime en el que los objetos inanimados den resultado a la vida, al ser, a la persona.
Todo se mezcla en un baile de intenciones en el que la materia pierde su esencia, y se ve modelada hasta
quedar con la forma que le da el antojo.
Todos los ingredientes pierden su manera de ser y desaparecen como unidad, para crear un todo distinto y diferente, un todo que no es tan sencillo como la suma de las partes.
La alquimia es capaz de esto y mucho más. Es capaz de alienar los cuerpos que utiliza, de arrebatarles su esencia, de acabar con aquello que son para obligarlos a recrearse como ella quiere.
O como quiere el alquimista.
Mi padre no eligió nacer, pero eso es algo que le pasa a todos los humanos.
Yo en cambio no elegí ser creado.
Juan Antonio Román (España)
Publicado en la revista digital Minatura 125
No hay comentarios:
Publicar un comentario