La camarera luce su delantal hasta mi mesa. Los ojos muy abiertos, me mira. La miro, sin intención, de forma siniestra y con mis propios ojos, pido disculpas al techo por tanto amargor.
Inmigrante; camarera; mujer.
Me pregunto si al igual que yo piensa en la vida, envuelta en oscuras sábanas de frialdad.
Decido bautizar mi café, ya casi le hablo; ya casi le suplico su compañía antes de que su ausencia se llame Jonás o peor aún, World Trade Center. La soledad es un licor exasperante, una hoja de ruta longitudinal por el borde de un acantilado hacia ningún lugar. ¿cuál será su nombre?
Vuelve a mirarme. Yo la miro pasar, esta vez, con algo más de calma ¿se preguntará también ella mi nombre?
La ventana está abierta: un mundo, dos, universo. Percibo el olor de la sangre que bulle por las aceras. Las conversaciones a mi alrededor se parecen tanto a las de ayer pero son tan diferentes.
Le pido la cuenta: cinco euros.
-perdona: ¿cómo te llamas?
EDUARDO FLORES
Publicado en el blog lamuertedelsuspiro
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