todo encerrado en la famosa valija de fuego
rodeada de admirables burbujas de aire irrespirable.
Aldo Pellegrini
Sobre las manos, la humedad ardiente del líquido: la savia desde el caracol
hasta el ala. Todos los días póstumos del cuerpo, la sangre erguida
en el umbral de los gerundios.
Estas ansias de habitación definitiva, —todo el absurdo de la vieja historia
en el piso, el agua de las devastaciones en el puerto que nos encalla
sin alarmas, golpeando el crujido del desván.
(No sé de qué palabras está hecho este otro experimento del oxígeno;
hay tantos tambores rojos en los poros,
que me es difícil pensar por un momento en las armónicas.)
En la profundidad del cristal, el caballo de las pupilas y el largo invierno
de la desnudez: las teorías de la ficción y los crímenes, la ceremonia infame
de las hormigas, y la duplicidad gangosa del pecado.
Mientras tanto, en la vía pública se desangran los corderos. (También
el desarraigo forma parte del compromiso y el martirio); aúlla el piercing
en el olfato del bosque de cemento (la imagen es moneda devaluada
en estos tiempos de crisis, amargo el nudo ciego del espejo)…
André Cruchaga
Publicado en deliteraturayalgomas
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