En la veranda de una casa de reposo, frente al mar. Un hombre en silla de ruedas, con un yeso en la pierna derecha y vendajes en la cabeza, habla a público.
Tenía pensado este viaje desde hace tiempo. Lo que estaba fuera de programa era la estadía en este sitio. No porque la atención sea mala, al contrario. Pero, como decirle… Imaginaba que debía ser un viaje de fortalecimiento interior tras el fin de una relación roída por el tiempo.
Ayudaron la carcoma, las miserias de la menopausia y la insatisfacción crónica de mi amante. Eso taladró nuestra sociedad y ninguno de los dos hizo nada por evitarlo.
Yo no moví un dedo porque estaba harto de aguantar sus malestares, la merma de su libido y su pretensión de que yo fuera Aladino y con la lámpara mágica le diera todos los gustos.
Ella tampoco hizo nada para reparar las cosas. Acaso porque entrevió la magnitud del ajuste que se venía con la Realpolitik que diseñé: Yo aspiraba a una pareja en el sentido etimológico del término latino: Par-paris, verbigracia: Iguales.
Dicho de otro modo, basta de viajes al exterior y salidas caras a cargo del que suscribe. Cada uno paga lo suyo… Ese fue el principio del fin, porque es sabido que las mujeres son más proclives a soportar la miseria espiritual que la material.
Es falaz la idea romántica del que muere por el desapego de otro. El amor es una enfermedad benigna que rara vez lleva a la tumba. No hay misterios.
Lo inescrutable son los caprichos del hado.
Es inconcebible que esa climatérica encontrara reemplazo adinerado. ¡Ni le cuento el auto que tiene!
Estaba escrito que este viaje ocultaba mi perdición. Cosas del destino…
Cruzaba la avenida costanera, en ojotas y malla rumbo a la playa en el preciso momento en que ellos pasaban a bordo del convertible. Me quedé estupefacto mirándolos. Ahí nomás una moto que venía a toda velocidad me pasó por arriba. La saqué barata. Conmoción cerebral, fractura de fémur, costillas fisuradas y luxación de clavícula. No-venta días de yeso y una convicción absoluta: El amor no mata, pero el daño colateral que ocasiona puede ser ominoso.
Eduardo Protto (Argentina)
Publicado en Los Cuadernos de las Gaviotas
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