Recuerda a su madre cuando algunas noches en la infancia le preguntaba si quería que fuera a buscarle un bocadillo al centro de la ciudad. Una ciudad del interior de una isla en medio del Caribe. Sólo había un lugar posible en el que adquirirlo: la cafetería de un español en la calle principal, a más de ocho o nueve manzanas de donde vivían. Un sitio más bien caro y de cierta exclusividad en una capital de provincia desierta en horarios nocturnos de los años cincuenta, y bastante más desierta por la represión de una dictadura en agonía creciente. Para una familia pobrísima como la suya comprar ese bocadillo era un lujo inadmisible. No sabía cómo su madre ahorraba para que aquel milagro ocurriera de vez en cuando. Lo que lo conmueve más de cincuenta años después no es sólo el amor de su madre, presente: en el ofrecimiento, en el ahorro anterior para hacerlo posible, en el riesgo real de ir por la calle en medio de detenciones indiscriminadas, violaciones brutales y torturas de bestias; sino, también, la certeza de que cuando su madre traía ese bocadillo caliente y oloroso, ardiente entre sus manos, ella seguro tenía tantos o más deseos que él de comerlo pero nunca probaba ni un mordisco (ni a él, qué dolor al recordar, se le ocurría ofrecérselo).
Del libro Realidades y cuentos de FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES
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