De la flor oscura vienes, Coyote hambriento, de la flor oscura
y del lago que emanaba sal y luego llanto extraño y niebla gris.
En ese lago que ahora es casi nada
ahora, cuando eres barro seco y cal forjada
yo te nombro y recuerdo que de la flor oscura vienes
y de la rivera que emanaba sal
de esa que es el vestigio de tu huella
testimonio de tu paso casi extinto.
Te veo en lo alto imponente
como jarilla que crece en los peñascos.
Te veo allí estirando tu mano fuerte
hasta tocar el ombligo de la Luna
con tu dedo largo sobre el horizonte que dominas.
Con los frutos del nopal construiste los castillos
que ensombrecieron a los hombres provenientes del oriente
y corrieron ante el imponente eco de tu aullido
que subía de vez en vez de la orilla de los lagos.
Vimos las flores marchitarse, entonces las nombraste:
florecieron de nuevo los jardines.
Algunas veces lloramos hasta que el llanto se hizo silencio.
Entonces alzaste tu voz y nosotros volvimos al canto.
No fuimos nosotros para siempre.
Nos deshicimos como el plumaje del quetzal que se desgarra.
Estuvimos sólo un poco aquí, pero tú no.
Tu nombre aún lo escriben las serpientes en el valle
tu rostro aún lo dibujan las aves en el lago
porque no brotaste en vano sobre la tierra,
Coyote hambriento, no viniste en vano
y fuiste el dueño de este rincón donde nace el aliento del jaguar.
El amor, si acaso, me alcanzo para acabar este poema.
A ti te alcanzó para mucho más:
Para amar el canto del cenzontle
Para amar el color del jade
Para amar al hombre mismo.
OMAR GARZÓN PINTO
Publicado en Portal cultural Quira medios
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