lunes, 25 de enero de 2021

EL AGUA DEL RÍO


El hombre, que atesora una gabardina negra y larga, de unos setenta años de edad, ha estado semanas en cama en el hospital y semanas en cama en el piso que comparte, sufriendo y tanto deseando morir pues ha quedado discapacitado físicamente y dependiente; meses después, este domingo, va con tres generosos amigos a un pequeño pueblo en el campo, y luego de comer lo llevan en coche por un camino de tierra que atraviesa un bosque y por donde pasa un río. El coche se detiene cerca de una orilla de piedras y arbustos, y él y uno de los amigos se quedan conversando dentro, en los asientos delanteros, mientras los otros dos: su amigo más querido, de más de cincuenta de edad, y la mujer bajan hasta el río, cada uno por su lado. Es el otoño temprano, la temperatura grata y el agua se ve limpia, transparente, fluyendo. El hombre para no romper su calma interior, en el anhelo del río dadas las dificultades de llegar caminando, descender, subir, se concentra en observar detenidamente los árboles y sus amarillos, ocres y naranjas, con un brazo apoyado en el hueco de la ventanilla bajada y con la mano afuera. De pronto siente un frescor delicioso de agua en la mano y cuando mira ve con asombro que su amigo con sus dos manos como cuenco prodigioso y la bondad como impulso le ha traído, de varios metros más allá, agua para dejarla caer en su piel, en su propia mano donde se funde con lágrimas porque es sin dudas el momento más hermoso de la vida del hombre, que ocurre gracias a que con todo sigue vivo tras que se hayan unido muchos esfuerzos, de conocidos y desconocidos, suyos. De eso hablará más allá de tensiones y malos entendidos del día a día, y no de otra cosa, cuando hable de cariño. Eso bendecirá. A ese río y agua: habrán de entregarse sus cenizas. El agua del río, de unas manos a otras manos, es un lago que hace cauce como transparencia de amor.

Del libro Realidades y cuentos de FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES

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