Somos los dueños de la noche
y de la aurora que le nace a sus vestidos.
Somos los dueños de todo lo vivido
y de las carnes que han transitado nuestros cuerpos.
Una vez nos salieron alas
y fuimos también los dueños del viento
y domamos a los tigres de Etiopía
y formamos toda la arena del desierto
y cada dedo nuestro era la voz de algún poeta
hasta que abrimos los ojos.
Fuimos de nuevo hombres.
Nosotros dimos forma al viento, le pusimos senos, labios, alma
y lo soplamos fuertemente para formar con él las lluvias
que derrumbaron los montes de los Andes
y aplaudimos con tal fuerza que creamos los truenos
que mucha gente vio con asombro por las ventanas
hasta que abrimos los ojos, entonces fuimos de nuevo hombres:
Se nos cayó la mirada pero nunca dejamos de andar
se nos llenaron de llagas las rodillas, pero nunca dejamos de andar.
Se nos apareció la muerte. nosotros murmuramos, reímos
y gritamos a toda voz Y la muerte no tendrá dominio
mientras levantábamos el rostro al cielo
nuestra voz fue su puñal.
Se escaparon las nubes por la herida
que le hicimos al firmamento
y se llevaron consigo la sombra que nos acechaba.
Eso nos pasó muchas veces
y muchas veces también quedamos heridos
tirados en la calle sin entender
la grandeza de nuestra propia lluvia
pero nos levantamos y nunca dejamos de andar.
Para ser los dueños de esta inmensidad hay que estarlo.
Se debe morir todos los días con cada verso
se debe ser ceniza, eco, sombra, viento
para ser los amos de la Luna, para ser la noche misma.
A Epifanio Andrés Tocarruncho, Manuel Alejandro
OMAR GARZÓN PINTO
Publicado en Portal Cultural Quira medios
y demás amigos del comité de bebedores
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