Después de algún tiempo. Siempre vuelve a hablar el ser que no puede ser callado.
El alma que no puede sepultar la emoción de un encuentro.
El cuerpo que anhela el roce de las letras.
El que vive escribiendo... Un escribiente de sueños.
Buscaba entre los aspiraciones perdidas del tiempo, las ilusiones adulteradas por las miserias humanas.
Y destruirlas.
Vestirme como un relato viejo que el paso de las horas se encargó de oscurecer.
Trasnochado.
La romántica melancolía aferrada a la prestancia.
El desconsuelo.
La ambición.
La esperanza de la inocencia.
Sobrevivir.
Pero se impuso la desfachatez descarada de la vida que cabalgaba por los balcones usados.
Vividos entre el olvido y el mañana.
Una foto que perdió el sentido de las estaciones.
Omnipresente.
Manecillas perdidas en el reloj.
Perecedera.
Inmortal.
Tejida a todos los tiempos que uno se empeña en no vivir.
Existiendo. Como el callado aullido de la incomprensión.
Susurro.
El sordo silencio del crepitar de una llama.
Soledad.
El vago peso de una luz. El crepúsculo.
De sus rejas: embellecidos lamentos cabalgaban y el tesón del espíritu humano
los convirtió en reflejos de belleza.
Esperanza de flores.
Deseo vivo.
Claridad.
El colorido enfoque de otra mirada que nos recuerda abiertamente
el frágil sesgo entre el ardor y el tormento.
Porque todos deseamos lo mismo, agarrarnos con fuerza al mástil más alto. Para poder pensar que navegamos por el único mar que nos retorna
seguros al lugar de donde partimos... pero en otro mundo.
Rosa María Estremera
Publicado en Rick´s café
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