Habla
Isaías
Aquí,
en Betsaida,
soledad hirsuta embriagada de soles obstinados
desciende,
lento,
por escalas rojas,
el solemne misterio del crepúsculo.
Aquí,
en Betsaida,
latitud de olvido,
pedregales de ausencias y distancias se desgarran,
por zarzas polvorientas,
las texturas de días diminutos.
Sobre las duras hierbas, devastadas,
se ha insolentado el cielo.
En los estrictos
contornos de una luna sin trincheras
se dibuja el insomnio de la noche
como dibuja polen extenuado la temblorosa sed de los capullos.
Aquí,
a mi lado,
el cesto que trenzaron las ásperas angustias de mi madre,
bosteza su delirio amarillento bajo las verdes hojas,
estallantes,
en actitud de dádiva o tributo.
Heredero absoluto del asombro
busco en la muchedumbre congregada el movimiento exhausto de su mano, la túnica silvestre, los cabellos...
y ésos,
sus ojos de dolor profundo.
Sólo la voluntad del Unigénito,
sólo una autoridad,
sólo un mandato
pudo preñar la esencia en la cebada
y mitigar el hambre de los pobres hastiados de silencios, de fronteras, de cerrojos alertas, de mendrugos.
En la renovación de las sospechas comprendo,
de improviso,
que los hombres erigirán memoria de las voces
y peces infinitos
y los panes en la urgencia creciente de sus números.
Pero nadie sabrá cuáles han sido las desoladas letras de mi nombre rozando el aura breve de sus huellas
en los anales místicos del mundo.
Sin embargo,
Él me vio,
mostró Su rostro,
me impuso el signo azul de su ternura
y más allá del cesto pasajero, más allá de las redes sensitivas, más allá del prodigio y los anuncios,
su amor multiplicó mis esperanzas
encendiendo un enjambre de luciérnagas en esas geografías de la sangre
donde el latido se ha exiliado,
intacto,
aguardando la paz de su conjuro.
Del libro Crónica de las huellas de
NORMA SEGADES
Publicado en Editorial Alebrijes
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