Triste se siente un corazón
cuando su palpitar es lento
y se entorpece su respiración
ante la enfermedad que arropa su cuerpo.
No hay brisa
que levante sus hojas otoñales,
ni primavera que vea crecer sus flores...
La risa se apaga
cuando sus lágrimas humedecen
el fuego de sus ganas de vivir.
La necesidad de un abrazo es evidente.
Nadie sabe o sospecha
del quebranto que siente
aquella alma que agoniza en silencio
en espera de un aliento.
El dolor agrieta los huesos de su fe.
Se pierde en cada quejido,
el grito de lucha que negocia
con la voluntad para seguir en pie...
Las memorias de los buenos tiempos,
bombardean la mente,
trayendo el deseo de tener de nuevo
al amigo, al hermano,
al padre, al amor que prometió
estar cerca en las buenas y en las malas.
Como reloj sin sus manecillas,
como calendario sin sus días,
como preso sin su libertad,
como río sin cauce,
como niño sin padre;
asi es la existencia
sin la salud que es vital
para subsistir en el mar de una vida,
a veces justa, a veces injusta.
Ingrid Carolina Amaya -USA-
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