Mi hija habla con los muertos domésticos
en el templado vientre de la siesta.
Los llama por su nombre
y se para en el vértice de cada laberinto.
Los muertos de mi hija son planetas fugaces,
disparates de una memoria inversa.
Así el cataclismo de la muerte se vuelve
en los ojos de Julia
una almendra menuda, un ligero temblor,
un cosquilleo que apenas la despierta.
Yo cometo el delito:
en su sueño me afano en convocar a mis muertos.
Pero todo es en vano:
Julia es un ser anfibio
y yo soy roca muerta en un vivo desierto.
Porque la muerte es agua.
Mi hija habla con los muertos domésticos
en el templado vientre de su siesta.
Los llama por sus nombres,
choca sus calaveras.
ROCÍO HERNÁNDEZ TRIANO -Sevilla-
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