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En las noches, a lo largo de los años, uno se queda horas y
horas, pensando muchas cosas.
Pero en realidad, uno no se queda pensando muchas cosas;
la verdad es que uno se queda y nada más.
Completamente inmóvil, mirando el vacío. Y -¿por qué no
decirlo?- uno se pone triste, miserablemente triste.
Y lo que más tristeza causa es uno mismo -el estar ahí.
Sin saber qué hacer. Sin saber nada de nada.
Y de repente ocurre un milagro:
el rato menos pensado, empieza a llover, y un relámpago te
deslumbra -un sentimiento de invulnerabilidad te envuelve,
con la lluvia.
Y si te dan ganas de escribir algún poema evocador,
seguramente no lo escribes;
prefieres escuchar la lluvia.
Pues una voz interior te revela que aquel poema evocador se
encuentra en tu bolsillo.
Y ésta es cosa que no te causa el menor asombro,
acostumbrado como estás a los prodigios:
en efecto, el poema se halla en tu bolsillo; y lo sacas, y lo
miras, y lo lees.
Y de pronto te preguntas quién habrá sido su autor,
como si no supieras que aún no ha nacido.
Jaime Sáenz -Bolivia-
Publicado en Fuegos del Sur
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