Nave anclada en la orilla de una edad milenaria,
bajel con cargamento de oro en la mañana
cuando te incendia el sol, o galeón de risas
porque !as gaviotas bulliciosas corean
tu inmóvil travesía de ajetreos y afanes.
Los siglos con sus manos de herrumbres y nostalgias
dejaron en tu estribo su linaje de huellas,
y un idilio lluvioso de besos seculares
desgastaron tu cuerpo de piedra y de salitre.
Los vientos te acompañan, te salmodian, te animan,
como fieles nodrizas te recuerdan tu origen,
con cantos donde suenan crótalos y guitarras
ondean tu velamen de azules infinitos.
Las noches se aproximan a tu borda y susurran
a tu oído leyendas de antiguos navegantes
que con redes de versos capturaban estrellas
para adornar tus olas con pulseras de espumas.
Tus mástiles se abren como abrazos, se enjarcian
con rubias claridades de un vivo mediodía,
amante del verano que te busca en las playas
y abarca tu cintura con bonanza y modorra.
Sirena convertida en novia de granito
por la magia de un dios ebrio de sal y algas
que no quiso perderte y te dejó enredada
entre los girasoles de un estío perpetuo.
Señora de un tesoro sepultado a tus plantas,
una heredad de historias y de huesos ilustres
con proezas y nombres por cuya resonancia
la brisa se acaudala de violines marítimos.
Ondina castigada por dorar oleajes
y retener a agosto cautivo en tus cabellos;
no quieres el indulto de tu padre el océano
que te llega en la siesta de la lenta calina.
Esposa del contorno que te trae en reflejos
collares de las vides y fragancia de pinos,
embajada de esteros por adarce escoltados
y pregones humildes de almejas y ostiones.
Amada prisionera de un gigante de agua
en una móvil jaula de conchas y sargazos,
que para consolarte permite a los crepúsculos
volcar sobre tus costas candrais de rosas rojas,
cuando sé que tan sólo te confortan y alegran
los rumores diarios de tus gentes activas,
cuando sé que es tan sólo el vivir cotidiano
quien suelta las amarras de tu pena al olvido;
de tu pena por este novio ciego de tiempo
que tantea tu cuerpo y erosiona tu torso
en su amor necesario de ilusión y ruina;
albergue del Atlántico, que a tus pies se arremansa
cansado de viajar por un mundo en violencia;
muchacha solitaria en un vergel de olas,
Gades, evocadora de tus padres remotos,
un nieto de tu entonces, un hijo de tu ahora
te canta y el fervor se le hace -poema,
que fija como un ancla a tu vetusta quilla,
hoy marinero yo, destinado en tu proa
para singlar tu nombre por el mar de los días.
Juan Mena -San Fernando (Cádiz)-
Publicado en la revista Arena y cal 197
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