Paquita Ruiz se afana, esta mañana, en arreglarse con esmero porque la supervisora de la empresa de limpieza donde trabaja, la ha citado en su despacho.
A sus 51 años, ahora ante el espejo, se ve más relajada y guapa que nunca. Le embarga una dulce felicidad muy diferente a ese simulacro de dicha conyugal que soportó durante su matrimonio.
Cuando Manolo, le confesó (aunque ella ya lo sabía) su lío con una joven compañera de oficina, no la importó porque su decisión de separase estaba tomada.
Recién casados, el tal Manolo, estableció normas semejantes a un contrato mercantil “Atenderás y solucionaras cualquier problema doméstico, procurarás que no me falte de nada y criaras a nuestros hijos”
Las cláusulas encorsetaban su vida y su amor no la ayudaban a comprenderlo.
Manolo a cambio se comprometía al mantenimiento económico. Solo faltaba la firma notarial.
El nacimiento de sus hijas le proporcionaron mucho gozo y….mucho trabajo, ahora eran adultas, independientes. La mayor no entendió nada y le aconsejó resignación, sin embargo la pequeña la apoyó y pasó a convertirse en su confidente.
Esa fría mañana Paquita Ruiz, sin aún saber que la van a proponer un ascenso, camina ligera, libre y feliz.
Félix Domingo Ayuso
Publicado en Raíces de papel
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