En un bar, un palillo envuelto en un papel
clavado en una mosca, da cabezazos
contra el hule de una mesa de plástico,
y semeja una aguja de coser doblada
o más bien una letra, uve o ele.
Mientras tanto, la dueña de la posada pasea una fregona
por una esquina de la mesa,
en el aire huele a sidra.
El marido de la tabernera fuma
escondiendo el cigarro entre la manos,
es verano.
El mar huele a peces muertes y a brea,
mis ojos vigilan el palillo que a la deriva
es la sombra de su inercia.
La vida sigue en todo lugar
aunque no sintamos el fracaso.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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