Edgar Borges publica el 15 de septiembre la novela 'La ciclista de las soluciones imaginarias'
Un día, después de muchas mañanas de asomarme en el balcón de mi piso, vi la nada. Cerré los ojos y dentro de mí estaba el tráfico. Los coches; los autobuses, los camiones cargados de piedras; el zigzag de los trabajadores de a pie y la carrera de los niños rumbo al colegio. Era una realidad ruidosa escenificada en silencio. Abrí los ojos y volví a ver la nada. De pronto mi barrio de todos los días era un vacío. ¿Ceguera? ¿Sordera? ¿Desaparición del mundo exterior? La enfermedad había regresado. Lo primero que hice fue aferrarme a la calma, entre la nada y el tráfico estaba la memoria. Hubiese deseado ver el bosque del barrio, pero no pude recordar el camino. Tenía que llenar el espacio exterior con algo. Me vi recorriendo la plaza del Zócalo con mis amigos del Club de los contadores renegados; no era una tarde cualquiera de mis años en México, era la primera tarde que veía al abuelo ciego que contaba leyendas al oído. Poco a poco fui escuchando su voz de susurro. Me dijo que él no contaba leyendas sino verdades. Y habló de la ciencia de los mayas, los 13 cielos, las matemáticas, la arquitectura, el tiempo infinito. Era feliz en la añoranza, pero pasaban los minutos y tenía que encontrar una respuesta que permitiera recuperar la imagen de mi presente. Era el día de descanso de mi esposa y ella no era muy amiga de mi enfermedad ni de mi pasado.
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