viernes, 1 de agosto de 2014

JIM THOMSON



De nuevo tomo del Club del Misterio una novela cuya densidad provoca momentos de ahogo “Hay maneras de escribir una historia y yo las he usado todas, pero solo hay una trama: las cosas no son lo que parecen” Esta cita corresponde al autor de la narración, que no es otro que Jim Thompson, todo un clásico de  inquieta y deslumbrante heterodoxia y no menos agitada existencia. Basta esta semblanza de urgencia de su vida: Hijo de James Sherman Thompson,  un adinerado sheriff corrupto del condado de Caddo en Oklahoma, sus oscuros negocios y malversación de caudales públicos le llevaron a huir a México. Aquí comienza la agitada vida de un niño obligado a  crecer en la inseguridad. El futuro  escritor tenía parte de sangre india cherokee por su madre, maestra de escuela. Las variadas y arriesgadas situaciones del padre, jugador empedernido, negocios petroleros, los altibajos económicos llevan a la familia a cambiar de geografía a veces con urgencia y persecuciones.

Situación tan precaria le llevó a trabajar a los 15 años en la redacción de un periódico escribiendo relatos de temática criminal, contando para ello con ayuda de su madre y su hermana, que fueron aportándole casos reales que el muchacho reescribe. La base fundamental de su escritura se debe en gran arte a que su abuelo le dio a conocer los clásicos grecolatinos,  Darwin y Carlos Marx. Enfermo de tuberculosis y con acusado estrés provocado por el intenso trabajo lo lleva a caer en el alcoholismo. Su vida será siempre intensa y contestataria,  vive al límite, conoce los más variados oficios y los bajos fondos de la sociedad, una amalgama de vivencias que será el venero de la fuente para regar sus novelas.

Su impresionante obra  El asesino dentro de mí transcurre toda en la ciudad de Central City, Texas. 48.000 Habitantes donde todos se conocen y el responsable del orden es un calmado y viejo sheriff  conocido por el nombre de Bob Maples y su más extraño y meditativo y activo ayudante Lou Ford será  el protagonista que ocupará toda la narración con sus violentas acciones meditadas desde la frialdad de un sicópata, envueltas en  unos sentimientos íntimos en contradicción con la desmesura a todo riesgo, consecuencias ejecutadas  en nombre de un extraño concepto de la justicia por su propia mano. Lo que significará que los hechos sangrientos que suceden se irán produciendo de forma implacable  y meditada.

 Y en ellos el lector se verá no implicado pero si en fiel testigo de cargo de algo que en todo momento puede considerarse insólito, cruel, macabro, no abandona ni condena al protagonista, aunque se sentirá consternado con la lectura de los hechos. Pero igualmente se puede uno sentir afligido con las tétricas muertes diarias de mujeres que antes de ser asesinadas han sido vilmente maltratadas a veces durante años. También uno se muestra furioso ante los crímenes que se vienen produciendo con silencios “legales” en la franja de Gaza, aunque, tristemente se termina acostumbrándose de escuchar como los poderes políticos y económicos mienten cínicamente derramando lágrimas de cocodrilo. La vida es una farsa, una comedia hija de puta más sangrienta que la que nos describió el divino Balzac. Y así nos la cuenta Jim Thompson sin contemplaciones y reflexionado en la intimidad con unos monólogos que en muchas ocasiones, por sus análisis parecen como chispazos eléctricos que producen calambres en el lector.

Resulta que a veces es imposible mantener el dominio absoluto sobre si mismo  y los hechos, por muy graves que puedan ser, se van de las manos,  escapan. Y cuado estos casos sangrientos  los ejecuta un sádico – y esto no es justificación -, cabe preguntarse si detrás de toda esta carnicería humana no existe el móvil central tras el que se una venganza. Por ejemplo el asesinato de un hermano querido que luchaba por los derechos y la justicia de los trabajadores por parte de un empresario ambicioso, déspota y caique, en una población donde todos se conocen y respetan al viejo sheriff que procura estar siempre al lado de lo justo conciente de que no  es fácil mantener el tipo y la calma ante las presiones. Bueno pues estos son mis criterios, todo lector  que lo considere puede estar de acuerdo o rechazarlos, tampoco yo soy un genio-Solo me considero un aplicado lector de novela negra.

  Ficción literaria que todos los días se nos ofrece en bandeja como realidad social y política, la mitad de las veces acompañada de dulce guarnición alienadora en las páginas de sucesos, que se han convertidos en cotidianos proveedores de los acólitos medios de comunicación que, no por ello nos hacen perder el apetito mañanero mientras degustamos una buena  tostada de pan de pueblo con aceite de oliva y un par de lonchas de jamán serrano. Y que nadie me llame cínico ni hijo de mala madre, Soy un enemigo declarado del gran Timonel, estoy con Orwell. Y de la mayoría de los premios Nobel de la Paz prutefacto y cínicos. Y es que la sociedad y la vida cada día es más asquerosa a la vez que es bendecida y protegida por los poderes establecidos. Luego me permito copiar  las líneas que ponen The End a esta intensa narración, con la meditación del absorbente ayudante de sheriff Lou Ford: “Todos nosotros,  que debutamos en la vida con una tara irremediable, que  deseábamos tanto y habíamos obtenido  tan poco, que con tan buenas intenciones, acabamos tan mal… Todos nosotros. Yo y Joyse Lakeland,  Johnnie  Pappas y Bop  Maples, el bueno de Elme Conway y la pequeña  Amy  Stanton. Todos nosotros.

Francisco Vélez Nieto
Publicado en Luz Cultural

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