(Último poema de mi libro "En el lapso cíclico de Nannar")
Como ocurrió otras veces, Kabalcanty se ausentará.
Dejará su perfume dulzón de Dior y su sombrero
colgados a la punta de la estrella en ese celaje
que habita la noche en el rincón del armario.
Volverá a amigarse con las pelusas y el polvo,
sus viejos confidentes que oscilan sus versos
desde la levedad de su orbe siempre recóndito,
ajenos a la pulcritud, encaneciendo el tiempo.
Nos despediremos sin palabras, disimulando
la sombra siamesa que nos infiltra las carnes
y que nos desgarra de cabeza a pies
y que enjaretaremos con ropajes vistosos
para que la infección de la herida
no perturbe el trazo de nuestra sonrisa.
La plaga de la rutina tornará a su hedor
y en los sueños brotará la callosidad
para que comulguen con la espina real
y limpien lo superfluo de sus poros
al baño del guiño perenne de un escaparate.
Y aún antes de separarnos, manda el rito,
nos abofeteará la subsistencia con saña,
carcajeándose en un pliegue de madrugada,
sin testigos, sin huellas que nos duelan.
Mas en el extremo del sebo que nos une,
en la filigrana que nos acabará emergiendo,
nos rozaremos las pieles y chispearemos
un rastro cristalino que no dijimos,
el que se enfundó al cobijo de las noches,
tan rebosantes de cerveza y cigarrillos,
y que, en un soslayo, nos moriremos por verdecer.
MANUEL JESÚS GONZÁLEZ CARRASCO -Madrid-
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