Las casas,
con ojos de búho,
como eslabones rotos,
inclinan sus sombras, sus balcones,
al paso del peso de la fuga del tiempo.
Las calles,
con grietasy huellas,
del color del papel mojado,
asoman sus tentáculos, con rabia,
como si el fin de los tiempos besara con lengua.
Las ciudades,
con laberintos y mugre,
asoman en el mapa del tiempo
como nubes de cielo que flotan entre ojos atentos.
La tierra,
con rencor de maltratada,
con la lastima del daño de los sueños rotos,
besuquea con los labios azules y la boca de barro y estiércol.
El mundo,
con la vida descalza,
se convierte en el gastado espejo de los siglos,
para poder convertirnos en el sueño de los dinosaurios.
El hombre,
sublime sustituto de su propio rencor,
se mueve, como el azote incandescente de la devoción.
Tú,
en ti,
que descubres la vida,
el pasado será la furia que te contenga.
Yo,
la llave,
seré el diós de la inercia.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ-Mérida-
domingo, 1 de abril de 2012
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