GARCÍA DE SAN VICENTE, MEXICANO LUMINOSOPor
Juan Cervera Sanchís -México-
Un mexicano inolvidable, por más que hoy esté olvidado,
debería ser Nicolás García de San Vicente. La triste verdad
es que si le preguntamos a una docena de personas, supuestamente
cultas, por él será un milagro que alguna de ellas sepa, aunque
sea de manera somera, quien fue y que hizo.
Es lamentable carecer de memoria histórica, pero entre nosotros
cada vez es más común, incluso entre los que presumen de
ilustrados, el olvido brutal del pasado. No faltan los que suponen,
y suponen muy mal, que la historia no vale para nada.
Lo cierto es que la historia, su conocimiento, clarifica positivamente
nuestra visión del hoy. Nadie ni nada surge por generación
espontánea. El pragmatismo salvaje que imagina que todo es
hoy, y nada más, comete un gravísimo error.
Bueno es viajar al pasado poniendo en marcha la nave de
nuestra imaginación, esa importante herramienta que no todo
el mundo sabe usar, adecuadamente, en busca de conocer y
familiarizarnos con los protagonistas de la historia, ya que a
ellos nos debemos cultural y biológicamente. Nadie olvide
que sin el ayer no sería posible el hoy y, sin el hoy, de ninguna
manera habría mañana.
Nicolás García de San Vicente, certeramente calificado por los
estudiosos del siglo XIX en México, como “benemérito protector
de la instrucción pública”, fue una mente luminosa al mismo
tiempo que muy práctica y concreta.
Varias generaciones de infantes mexicanos aprendieron a
escribir con muy buena letra, cuando aún no había máquinas
de escribir ni ordenadores, gracias a que García de San Vicente
extractó para ellos, “poniéndolo en transparente cristiano”, como
se decía entonces, las reglas del notable calígrafo español Torcuato
Torío de la Riva y Herrero, que vivió entre 1759 y 1820, e
hizo célebre en todo el ámbito de nuestra castellana lengua
su “Arte de escribir por reglas y con muestras”. Muy importante
fue en aquel tiempo el arte caligráfico, y entre todos los
métodos que había el del Torío fue el mejor.
García de San Vicente fue su introductor y divulgador en
México, pero aquel hombre sapientísimo fue mucho más.
Había nacido en Acaxochitlán, Hidalgo, el 23 de noviembre
de 1793. Murió en la ciudad de México el 23 de diciembre
de 1845. Al morir contaba 52 años de edad.
Aunque nacido en Acaxochitlán, desde muy niño fue a
residir con su familia a Zacatlán, Puebla. Ahí realizó sus
primeros estudios. Los hizo con tal brillantez que a los 16
años de edad entró a cursar filosofía en el Seminario de
Puebla. Estudiaría después teología. En 1815 se trasladó a
la ciudad de México donde estudia derecho civil y canónico
gracias a una beca de honor que le fue otorgada. En 1818
retorna al Seminaria de Puebla, donde es nombrado catedrático
de etimología en forma interina. Poco después obtiene en
propiedad dicha cátedra.
En 1821 es ordenado sacerdote al tiempo que recibe la
cátedra de gramática y geografía y obtiene por oposición
la de filosofía. En 1823 es electo diputado por Tulancingo
para el Congreso que habría de reunirse en Puebla. García de
San Vicente vería, sin embargo, como no llegaría a tener
lugar la instalación de dicho Congreso.
Es nombrado presidente de la Sociedad protectora de
Instrucción Pública donde realiza una fructífera labor. Se
recuerda una anécdota que da la medida de su honestidad y
que los periódicos de la época publicaron. Resulta que el
pagador del Congreso, que jamás se efectuó, diez años
después (1833) avisó a García de San Vicente que tenía a
su disposición cuatro mil pesos, ¡de aquellos!, de dietas
devengadas. El inesperado dinero, que era bastante, no
despertó la ambición del sabio hombre, que respondió al
pagador que él creía que su deber era no cobrar aquellas
dietas. El contador, no obstante, insistió y le aclaró que no
había ley que prohibiera al diputado percibir aquellas dietas.
García de San Vicente ordenó al pagador:
“-Bien, si se me considera con derechos a esas dietas, permítame
cederlas para los gastos públicas”.
Que gran diferencia ética la García San Vicente con los
diputados de hoy y es que en el México de García San Vicente
nadie llamaba, y menos creía, que ser honesto era igual a ser
pendejo. La pillería manifiesta aún no era una generalidad
consumada. García de San Vicente pensaba más en el bien
de la nación que en las canonjías personales.
Queda claro lo aleccionador que puede ser, y de hecho es,
el conocimiento de la historia, pero volvamos a la labor
del sabio educador y su obra. En 1830 publica en verso, para
los niños mexicanos, el primer extracto de la ortografía
castellana, que fue luego numerosas veces impreso. También
en verso publica su “Geografía de los Niños”, así como su
“Geografía Física y Política”, al tiempo que en el aula enseñaba
aritmética superior.
También puso en verso un importante tratado de Ortología, es
decir, el arte de pronunciar bien. Asimismo publicó un silabario
de su autoría, junto con las reglas de etimología y sintaxis
castellana.
Fue, además, un severo y diáfano traductor. Tradujo del
francés tres tomos de la Biblia de Vencé y del italiano hizo
la traducción de la Historia de la California, de Clavijero.
Escribió estupendos sonetos, liras, octavas reales y quintillas,
ya que Nicolás García de San Vicente se sintió llamado por
las Musas. No obstante, sus poesías, están hoy casi perdidas
por completo. No todas. Algunas son rescatables para el
investigador.
Paciente y fructífera fue la labor educadora de García de San Vicente,
así como orientadora y luminosa, por lo que de ninguna
manera merece nuestro olvido.