Porque ni siquiera puede dudarse de mi mujer.
Cayo Julio César
Pompeya
es mi tediosa mujer,
y no puede envejecer
mi buena suerte por ella.
Es la traición la que sella
un lujurioso incidente.
Su alcoba llena la mente
de un capricho detestable,
sensual, cuando lo culpable
sonríe pérfidamente.
Mi madre, loca, conjura
a la diosa un nuevo espanto,
y descubre junto al santo
la traicionera locura.
(Es mejor la sepultura
junto a su amante P. Clodio.)
Esta fiesta esconde el odio
de un hombre en castos umbrales
que viola antiguos rituales.
Soy César. He vuelto al podio.
Pompeya me ha traicionado.
Ha quebrado mis cerrojos
sus decadentes despojos.
Mi hogar padece el pecado.
Es cierto que me ha dañado
la mano de Cicerón,
y que logró la ocasión
de hurgar en mi domicilio,
mas no le temo al exilio
fatal de la sinrazón.
Esta es la fiesta sagrada
de las mujeres de Roma.
El pudor oscuro asoma
como filo de una espada
temible. Y es mancillada
mi prole en el juego amargo.
Mujer, te vas... sin embargo,
yo no soy un hombre fiel,
y la suerte es un bajel
que oscurece en su letargo.
Del libro Los césares perdidos de ODALYS LEYVA ROSABAL
domingo, 29 de abril de 2012
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