Subo por el azul de tu vestido
como una mano de agua
que se infiltra en tus poros más secretos,
como rosario de ansias,
cuenta a cuenta, misterio por misterio,
en íntima, traviesa filigrana.
Tengo el alma de Goya, y te pincelan
mis dedos al desnudo, nueva maja
tendida sobre el lecho,
temblores en los senos, sexo en llamas.
Completo minucioso los detalles,
y a cada trazo tu mirada me habla
de raptos apremiantes
nunca manifestados, que ahora estallan.
Se han dado cita en ti las concubinas
de los serrallos de Estambul, las cálidas
cortesanas de Roma decadente,
y las hetairas de la Atenas clásica.
Mas nadie lo sabía,
sólo tú misma, tan en ti encerrada.
Hoy, desde el fondo oscuro de tus ojos,
y a través del silencio, todas claman
por el desbordamiento;
incomparable su expresión de lanzas
a punto de horadar, centelleantes,
cuerpos, mentes y almas.
Es un poema lírico,
una canción sensual, una sonata,
la mano que rastrea, y se desliza,
que avanza, se aproxima, sube y baja
de la rodilla al muslo,
de la nuca a la espalda,
de la cintura al seno,
y parece llegar a las entrañas.
Ah, tu vestido azul, ya deshojado;
nunca fuiste más tú, pura y exacta,
impúdica y sutil, sacerdotisa
y víctima a la vez, mas voluntaria.
Eres en parte lienzo y escultura,
pero eres sobre todo una avalancha.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-
sábado, 28 de abril de 2012
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