La noche lo envolvió con sus sombras, con sus llantos, con sus gritos, con las voces de aquellos que habían sido victimas de seres como él, e inmediatamente la luna lo alcanzó…
Y fue prisionero de la agonía del cambio, del despertar de lo salvaje, de la libertad que renacía, del llamado a cazar, y de la necesidad de alimentarse.
En pocos segundos el mundo fue otro, todo volvía a ser diferente y un aullido llegó hasta él y después de ese se acoplaron otros más y luego llegó el suyo…
Y ya no pudo esperar y corrió en búsqueda de ellos con todas sus fuerzas, cruzando charcos y senderos desconocidos, hasta que los encontró…
Estaban ahí, esperándolo, observándolo. Eran feroces, bestiales, pero eran como él y se les unió. Ya era parte de la manada nocturna, ahora todo tenía sentido.
Los aullidos se elevaron al unísono y se sintió feliz. Finalmente había encontrado su lugar, tenía un inmenso mundo para descubrir, un gran mundo con el que poderse alimentar. El mundo no sabía lo que le esperaba…
Fabián Daniel Leuzzi (Argentina)
Publicado en la revista digital Minatura 117
viernes, 27 de abril de 2012
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