Es la tarde del primero de mayo de 2011, tengo los pies cansados y el alma dispuesta…
todo reto histórico es una tempestad a la medida del hombre…
También tengo mi alma dispuesta para la poesía como estruendo y como susurro.
No quiero que mi memoria se desacostumbre a la suavidad fragante de tu recuerdo,
(me reconforto conmigo mismo: estoy distanciado de la tragedia de olvidarte)
tal vez por eso te escribo; y comprendo entonces que la voluntad de poetizar,
incontenible, es tan fuerte como la voluntad de vivir.
Esta creación y este atropellamiento de ideas y de palabras
es violento como la violencia creadora de una forja;
esta es una sensación/danza de llamas ebrias y de llamas serenas.
Golondrinas untadas de cielo azul vienen a posarse sobre mis hombros,
y trinan melodías que solo yo entiendo porque estoy triste,
y pensándote, y esperándote desde mi ventana.
Tus palabras, siempre amorosas, devenían en dulzura de voz.
Y viene también a mi memoria una respiración agitada y
un aliento que llena lo más hondo de mí como un arroyo que busca las profundidades;
tus palabras “Te Amo” no me llegan aún como el balbuceo de una brisa tenue.
Juntos escuchamos las palpitaciones de las flores y las quejas de los ríos.
Presenciamos el delicado sacrificio de las flores que por nuestro idilio, nos ofrecieron
el espectáculo de su belleza al precio de su propia existencia… ¡cuánto tiene
por agradecer todo el que pisa la tierra!
Un día me dijiste que yo no te quería, y no me ofendiste,
pero mi tristeza, aquel día, llegó hasta donde mis palabras hoy no llegan.
¡No debes creer que en mí el desembarazo del mundo
no era otra cosa que un desembarazo de los deseos!
No te engañes: la belleza es algo más que la hábil treta de la carne ¡Y yo amé toda tu belleza!
Conocí la levedad que el amor da al cuerpo,
y sé que solo es comparable con la que el viento da a la pluma,
o el alma a un suspiro.
Sin merecerlo tú me odias, lo sé y no te juzgo, yo te amo y no lo sabes,
o lo sabes pero lo niegas como si se tratara de tus años.
Sé que de vez en cuando necesitas odiarme para, en el reencuentro,
confirmarme como solo tú lo sabes hacer, el tamaño de tu amor.
Pero yo no soy capáz de amarte así, a pausas,
a pedazos, como buscando flores entre escombros;
necesito ver en tu amor un acantilado sólido
y continuo como los hermosos fiordos noruegos,
sin playas en donde fondeen, como descansando de mí, abrazos y besos
tuyos no entregados a su dueño.
Es tarde, hago una pausa e interrogando con destreza de adivino,
me pregunto de qué resonancias están hechas en esta noche tus preguntas
¿Cómo decirte que una piel negada al tacto es un capullo negado a la primavera?
y la pregunta, que en la penumbra de su mundo forja a chispas una forma punzante,
llega a mí: ¿Aún me ama?
Yo si te amo, pero que importa, no importa, ya no importa;
cada uno de nosotros seguirá su camino y en el mundo nos perderemos
el uno del otro como arroyos en el mar, o como cirros que en el cielo deshace el viento
y entraremos en mutuo silencio…
El silencio, como el eco fundador de un mundo, es como una soledad
que solo se acompaña de sí misma.
Toda reconciliación comienza con la restitución de los símbolos
y el uso ponderado de los signos; pero yo me pregunto:
¿Visitaremos los mismos parques? ¿Saludaremos a los mismos perros?
¿Oleremos los mismos arbustos fragantes en las noches bogotanas?
La eterna juventud de la esperanza ya empezó a marchitarse;
se inclina, como la famosa torre, la verticalidad de nuestro amor
que iba de nosotros a las estrellas;
pero no vacilo, pues ya sé que todo camino es encrucijada.
Ya no más confirmar contigo un sentimiento verificado en un brillo de ojos.
No volveremos, y mi certeza es la seguridad
de quien sabe tiene una espina en el talón, o confianza en un veneno.
Y sin embargo hago votos para que no llegue el reflujo seco de un recuerdo
que nos abandona en playas desiertas.
Pero el amor pareciera ser una escollera
destinada a romper y a rasgar los pechos de los cisnes;
el amor es a la vez una idea engañosa y cierta, y en sueños,
en sueños una vez vi que el amor era una lluvia de agujas y de clavos.
Veo así a cada uno de los seres humanos confinados a esas misteriosas confluencias
de la nada y el vacío, entonces callo, y el mío es el silencio específico de una derrota.
Te dejo este poema, sé que en poco tiempo será un gajo de palabras marchitas
y tal vez hasta un puñado de yerros en desuso.
Te amo, y de ti me alejo amándote, como un marinero
que se aleja de las costas de su patria. Y me llevo
una tristeza larga como una ola y honda como un océano.
En pocos años me preguntaré que evanescencias habrá en tu mirada.
Sé que un día y muchos días desearé una mirada plena, es decir: ¡una mirada tuya!
y entonces, un instante antes de sentarme a escribirte,
preludiarán las tormentas esas palabras ausentes
que desgarrarán mi alma como un rayo al pétalo.
Jorge Barajas