Vosotros lo queréis, pero sabed que
este joven destruirá algún día la aristocracia,
porque veo en él muchos Marios.
Sila
Marchemos adonde nos llaman los signos de los
dioses y la iniquidad de los enemigos. Jacta alea est.
Cayo Julio César
No me toquen. No estoy listo
para desvestir remedos.
Soy César, a los enredos
envidiables me resisto.
Soy Flamen Dialis. Insisto
en mi dignidad romana.
Nadie se atreva, no hay gana
de tocar al vientre impuro,
aunque me acusen, perjuro
Pontifex Maximus.
II
(Sana
Júpiter en los placeres
ofrecido al sexo fácil
donde la vulva es un grácil
infierno de oscuros seres.)
¡Sacerdote soy! ¡Mujeres,
apartad la hoguera! Miento.
Hay bajo piel un violento
crimen de pasión. Oh Roma,
ya en la sangre se me asoma
la ciudad del sufrimiento.
III
De L. Cornelio Merula
me dio una hija la noche,
y en sus senos abrí el broche
caudaloso de la gula.
Ya mi pudor no simula
un santo, ni mis verdugos
hunden en la piel sus yugos…
Cornelio, el ansia es tangible
y yo soy el invisible
deudor del hambre. Mendrugos
he de guardar. Mi partida
es como un canto inminente
(la audacia es inteligente
si intuyes la fe perdida).
No he de dañarte…
IV
Mi herida
alienta a los proscriptores
que en inútiles clamores
me nombran sabio, lunático.
Parto a Grecia. Es el Adriático
mi hogar. Los ejecutores
muerden rabias, me perdonan.
Es el gobierno de Sila
el que protesta, destila
los odios que le destronan.
¿A qué hoguera me abandonan
las malas lenguas? Confieso:
soy Marios que vuelve ileso
a la ciudad, pero huye
porque Roma se construye
en el dolor de mis rezos.
Del libro Los césares perdidos de ODALYS LEYVA ROSABAL
sábado, 28 de abril de 2012
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