¿Y cuál será la historia subsecuente
de la mujer que, aún niña,
con el instinto en flor, se me ofreciera,
siendo yo también niño? Resucitan
imágenes en mí de aquella fecha,
nunca en el tiempo muertas ni dormidas,
siempre vigentes como el dulce sueño
del ángel de oro que a la fuga aspira.
Ella, la exploradora,
yo, el aprendiz de intrigas.
Era el festín de lo esencial, sin prólogos,
sin otra barricada que una silla
defendiendo la puerta, y a lo lejos
el canto del zorzal, a las orillas
del pantano, acostado junto al río,
y un olor a magnolias que se estira
desde el jardín, trepando a la terraza,
serpenteando por la galería.
Todo tan esencial, tan sin adornos,
de una belleza agreste, primitiva.
Al correr de los años habrá sido
novia, amante, consorte... ¿Qué destila
su memoria en las noches solitarias?
¿Contemplará quizá la luz que brilla
tenue, fugaz, desde un ayer remoto,
como hago yo, o tal vez en la neblina
del olvido se le haya evaporado,
suceso intranscendente que se olvida?
Nunca la vi de nuevo,
mas su perfil de prematura ninfa
emerge en mi recuerdo, y la recibo
con galante, nostálgica sonrisa.
FRANCISCO ÁLVAREZ -Los Angeles-
lunes, 30 de abril de 2012
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