“La eternidad no existe. Donde hay eternidad no puede haber vida. Vida es sucesión; sucesión es tiempo. Y el tiempo, cambiante siempre, es la antítesis de la eternidad, presente siempre”. Azorín
“En este momento de pura existencia/ que se parece a la eternidad”. Jenaro Talens
Para Juan Manuel Palma, sentado en su Barrio Alto esperándonos.
Te estaba contando el dolor de cuello,
los pies como dos pesas de a quilo,
el sueño en el rojo vértice de King Kong,
el balasto supurando la 5ª Avenida;
el serpentín de amoniaco que despierta al mundo,
el vórtice de reloj de arena que difluye Nueva York,
la ropa de modelos inverosímiles,
la Gran Manzana mordida por las prisas,
eterna y momentáneamente devorada,
suculento bocado de oficinas al aire acondicionado.
Estaba contando los monstruos de humo bebiendo cielos,
borracho el aire desvencijado color asiático,
la risa parada de unos negros,
las esquinas plegadas de olores sin nombre,
las últimas novedades en la pronunciación,
el infinito de otro idioma oculto para nosotros.
Te cuento, oscuro de luces en agosto, cuando a la noche
le cuesta trabajo, cuesta arriba, llegar a besar suelos:
¡tanta gente paseando sin buscarnos!,
y los neones, nones del asfalto, aturden con su ruido
fluido escapado de colores en hileras,
gayando perplejidades en los iris sin arcos de las terrazas,
el ruido y la furia de las marcas del verano,
luz de agosto mareando el vals de las horas,
un soplar al viento la marea lenta de tus aguas,
Nueva York,
que te describía gritándote ya desde casa,
tú sentado en tu Barrio Alto esperando la vejez,
la voz baja en la casapuerta de los recuerdos,
que nos tenía cogidos por la espalda a los dos
desde hace años luz, años neones, años nones:
Ya poco quedaba por hacer; tal vez el análisis
del bulto que devoraba tu lengua muerta y fría en la boca
en silencios, rota de no hablar.
Nueva York que no pisaste, John Lennon en su puerta,
en su parque, los Beatles que gritábamos
regalándonos una fiesta de dos revoluciones por minuto,
grillos el olor naranja de las noches de jazmines,
las tertulias entre los palafitos de palabras,
al borde de la playa y los bolsillos vacíos,
la angustia eterna de los 18 años,
que no supimos leer, ni oler sus pámpanos, heridos oídos
traduciéndonos encima Ortega y Unamuno,
o antes, JuanMa, robando uvas
porque no podíamos vendimiar los ojos de las chicas,
nos quedaban demasiado altas para nuestras cejas,
demasiado lentas para nuestra timidez,
demasiado guapas para racimar deseos.
Las noches de risa tonta, floja,
que se nos caían de los labios
y nos agachábamos a recogerlas
para lanzarlas al vuelo prendido de las manos
que nos apretaban la amistad entre respiros.
Quiero hablar contigo antes de irme al otro barrio,
me habías dicho, y yo te contesté, alto,
la misma frase calcada en miedos.
Te perdiste Nueva York, JuanMa,
tú sentado en tu Barrio Alto esperándonos la vejez,
temiendo su repertorio escarnecido en tu hermano,
traicionero a lomos del cáncer de los últimos días,
y también aguardando, aguantando
el infinito que carcome sin sucesión ni herencia:
la Gran Manzana eterna y momentáneamente
que nos devora por la espalda.
¿Qué bocado triste no escuchamos?
En este momento de pura existencia/ que se parece a la eternidad
te escribí un correo el día 12
sin saber que te habías muerto el martes 10.
No me queda ya nada para compartir contigo,
y he perdido en este juego de las canas hechas lanzas,
el Tiempo, cambiante siempre por las aristas
de los espejos sin besos,
te ha dado la espalda, o te lo has servido a domicilio:
quién lo sabe en la autopsia de tu nombre.
Y a mí, de bruces un refilón de macilenta boca,
la encrucijada de mar silencios,
un roto como un 10 en el costado.
El correo que ya no te escribo
y una manzana sangrando, eterna de este momento de pura inexistencia.
Ramón Asquerino
Publicado en Agitadoras revista cultural 50