Miró su brazo derecho, y sintió terror. Enormes y carnosos bellos brotaban por sus poros haciendo sangrar la piel. Apretó los puños para combatir el dolor, pero en lugar de eso, punzadas electrizantes rasgaron las palmas de sus manos. Al abrirlas, uñas negras, encorvadas como bichos, salían de prisa por las yemas de sus acalambrados dedos. El terror en forma de diminutas picaduras de insectos pasaba de un lugar a otro recorriendo su cuerpo en evolución. Las palabras del doctor llegaron débiles a su mente, como los rayos de luna llena que ahora entraban por la ventana, alumbrando su monstruosidad: “La rabia de esos animales es un mito, además, nada asegura que por un lobo haberte mordido terminarás convertido en uno. Así que déjate de boberías muchacho, y a tomarte tu medicina, y a descansar”. Desde eso hacían dos semanas, y en su lapsus, la superstición había ahorcado a la ciencia, pues ahora se sentía un horrible monstruo. Las frutas servidas por la enfermera en la mañana le dieron ganas de vomitar, en cambio sus muslos gordos y blancos le abrieron el apetito bestial. Volteó la mirada para que no descubriera su intensión, y mientras no la veía se pasaba la lengua por el labio superior, y se mordía con hambre el inferior. La enfermera dejó la bandeja con el desayuno sobre la mesa, y se marchó. Al alejarse vio su trasero abultado como un sabroso pedazo de carne.
Se apretó la cabeza con las manos como para interrumpir la maldita pesadilla. Entonces recordó todo… serían aproximadamente las seis cuando llegó a casa. Había empezado a oscurecer. El trabajo fue agotador, y ligado a las escenas de la noche anterior, que aun se repetían en su cabeza, amenazaban su cordura. Se tiró en el sofá rendido por el cansancio. De pronto, escuchaba gritos, y veía bestias que despedazaban hombres de una mordida. Por segunda vez el aullido lo estremeció. Entonces vio romperse una cadena de falsos eslabones, tendones desprendidos de la imaginación, figuras diluidas en la noche. Despertó espantado, tocándose la piel con las manos tiernas mientras recordaba el final de la película.
Rodolfo Báez. (República Dominicana)
Publicado por la revista digital Minatura 117
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