"Trompicones de luz y silencio,
trompicones de oscuridad y vida,
trompicones de espacios de ensueño,
trompicones y una sonrisa.
A trompicones es él a veces,
a trompicones es la alegría,
a trompicones son los quererse,
a trompicones el alma suspira.
Trompicones que ajustan las pieles,
trompicones que los labios se entregan,
trompicones de caricias que vuelan,
trompicones de miradas que incitan.
A trompicones de tiempo,
a trompicones de risa,
a trompicones de besos,
a trompicones, el amor se cita.
Porque somos ratos y trozos,
instantes al vuelo cogidos.
Momentos que se viven intensos,
cachitos en suspiros vertidos.
Llevamos la prisa puesta,
la brevedad como destino,
un estar que siempre vuela,
y ese pudo, que nunca ha sido.
Y miro el mar,
sentado en la húmeda arena,
a trompicones vienen y van,
las olas y no se esperan.
No se dejan tocar,
más que un ínfimo instante,
y aunque su murmullo es constante,
a trompicones muere en la arena el mar.
Hoy me dio por pensar,
lo relativo de cualquier momento,
que cuando más lo estás sintiendo,
sencillamente se va.
Porque siempre se disfruta,
en ese tiempo pasado,
que cuando el momento es dado,
se nos va en el estar.
Y es al recordar,
cuando sientes la belleza,
hasta la más ínfima de las sutilezas,
y del corazón su palpitar.
Aquel in crescendo que volaba,
el calor que azotaba,
la fuerza de la mirada
y de los dedos el tocar.
Porque fueron trompicones,
momentos cogidos al tiempo,
espacios de instantes fieros,
y locuras de envolver.
Que el abrazo se vive después,
el beso da sabor al recuerdo,
y tiembla el cuerpo entero,
cuando la mente es un recorrer.
Y no es que al punto no se sintiera,
y no es que entonces no hubiera placer.
Es que la vida son trompicones,
donde el amor suele crecer.
Donde las almas atesoran cachitos,
compartiendo el uno y el otro ser.
A trompicones nos vuela la vida,
a trompicones se aprende a querer."
Del libro Y la ciudad, duerme de
Emilio Juan Gilabert Fernandez
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